LUGARIZACIÓN,
UN NUEVO CAMINO
Francisco
González Cruz
La pandemia que ha obligado
a casi todo el mundo a vivir en su casa pone de manifiesto la importancia de
determinadas realidades locales y determinadas realidades globales. Se valora
la calidad del lugar donde se vive al igual que sus posibilidades de conexiones
globales. Lo mejor de lo local y de lo global. También pone de relieve las
deficiencias de uno y otro espacio y, en consecuencia, abre caminos para
aprovechar con sabiduría las ventajas de ambos ambientes.
Como es natural en un mundo
diverso, las alternativas y propuestas van de extremo a extremo, desde
reducirse a un espacio íntimo y natural hasta hacerse global totalmente, sin
linderos. También abundan las predicciones de que nada cambiará. Las noticias
traen las tendencias crecientes de rehabitar las aldeas o centros poblados
menores buscando lo que los fraccionamientos de las grandes ciudades no tienen,
o traer el campo a la ciudad sembrando en terrazas, balcones y azoteas, o en
parques y glorietas.
La propuesta del proceso de
“glocalización” toma cuerpo, pero este concepto es erróneo porque se limita a
vincular un lugar con lo global sin proponer el despliegue de las
potencialidades locales. Algo global localizado en un lugar puede ser meramente
su emplazamiento en ese sitio, sin mayores conexiones locales, lo que
comúnmente en economía se llama un “enclave”. Les interesa el mercado, algún
recurso allí presente, la mano de obra barata o determinados incentivos
establecidos, pero no necesariamente surgen de la localidad o se insertan en
sus procesos.
Lo mejor de lo local es el
clima de confianza y seguridad que ofrece el lugar, su espíritu de comunidad,
el grado de capital social, la cercanía de bienes y servicios, los lugares públicos
de calidad para el encuentro entre las personas y con la naturaleza. Esas
urbanizaciones estándar con casas y edificios iguales, sin espacios públicos de
calidad, que dependen de los viajes al centro o a la ciudad cercana no son
lugares propiamente dichos, son no lugares es decir espacios sin identidad,
donde prácticamente no existen intercambios sociales. Lo mejor de la globalización es la
posibilidad de mantenerse informado y poder informar, realizar intercambios de
bienes y servicios, sus posibilidades de aprendizaje y recreación. La
globalización de la codicia es su peor cara y se traduce en todos los
mecanismos que sustraen de los lugares sus ahorros y recursos, les matan su
identidad y les ahogan las posibilidades de desplegar sus energías creativas.
Precisando el concepto, un
lugar propiamente dicho es una síntesis superior de los procesos geo históricos
que se dan en un territorio, resultado de la interacción de los seres humanos
entre sí y entre ellos y la naturaleza en un determinado transcurso de tiempo,
que le determinan un carácter particular y específico, es decir, una identidad.
Puede ser un barrio de una gran ciudad o una aldea, un condominio o una
urbanización. Lo importante es que exista una conexión humana, una comunidad de
personas y espacios donde esas conexiones se den de manera personal, cara a
cara. Un lugar tiene vida. Los espacios que no tienen vida son no lugares.
Existen urbanizaciones y
complejos residenciales que tienden a ser lugares porque se diseñaron para ser
espacios donde se convive y se comparte, espacios a escala humana, donde todo
está cercano al alcance de unos cuantos pasos. Pero donde todo depende de un
transporte, sea un coche particular, un autobús, metro o cualquier medio de
transporte masivo tendría una escala que escapa al concepto de lugar. Un lugar es
una comunidad definida en términos territoriales y de relaciones humanas, con
la cual la persona siente vínculos de pertenencia. La primera característica del lugar es que
puede circunscribir todos los ámbitos vitales del ser humano. La
cuarentena impuesta por los gobiernos el coronavirus muestra el lugar como el
ámbito donde la compra se ha podido realizar a pié.
En tiempos de globalización
y de la sociedad del conocimiento, el lugar tiene exigencias que van mucho más
allá de los asuntos tradicionales propios de la vida local. La calidad de sus
servicios tendrá que ser de “calidad mundial” pues sus habitantes estarán
informados y tendrán expectativas, y entre esos asuntos están sus conexiones
con la sociedad de la información. De allí que el gobierno local y la comunidad
cívica tendrán nuevos desafíos. Y aquí se trata del gobierno y la comunidad
cívica de la ciudad, del barrio, del condominio o de la aldea. Incluso de las
conexiones globales entre estas comunidades locales, para aprender entre ellas
sobre las dinámicas de las nuevas realidades.
A estas alturas se puede
decir que la lugarización es un proceso que vive un lugar para mantener su
identidad e incorporarse eficazmente en lo global. Es decir, un proceso autorecreación
permanentemente manteniendo sus coherencias básicas y adaptándose sin rupturas sustantivas
a la sociedad del conocimiento. La lugarización compromete, entonces, la propia
naturaleza del lugar como un cambio permanente, donde la identidad que
particulariza esa determinada realidad entra en armonía con los cambios que la
adaptan a la vanguardia, sin sacrificarla, antes por el contrario,
reforzándola. La lugarización es un proceso paralelo a la globalización, que
determina que un lugar traduce las fuerzas de lo global a su particular manera
de ser. Es una nueva síntesis creativa, innovadora, que mantiene lo esencial de
un lugar y a la vez le permite entrar con éxito al mundo global. Parece ser que
la pandemia ha logrado que se entienda qué es lo mejor de lo local y lo mejor
de global. La lugarización es un camino.
FGC/mayo/2020