LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO III

El Día de Júpiter
LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO III
Francisco González Cruz
El lunes 27 de noviembre de 1820 llegó temprano al pueblo de Santa Ana de Trujillo el Excelentísimo Señor General en Jefe del Ejército expedicionario de Costa Firme Don Pablo Morillo, Conde de Cartagena, del Reino de España, acompañado de 50 oficiales y custodiado por un escuadrón de húsares. Cinco años antes, el 15 de febrero de 1815, había partido de Cádiz con sesenta y cinco buques y unos 15.000 hombres que constituían el mayor contingente que saldría de España para unirse a los realistas y derrotar la insurgencia independentista.   
Luego del mediodía llega el General Daniel Florencio O'Leary, edecán de Simón Bolívar, y le participa que se acerca el Presidente de Colombia con su comitiva, de unas 12 personas. Morillo vestía el más elegante de sus uniformes y montaba el mejor de sus caballos. Bolívar venía de civil y montando una recia mula. Tenía que significar la idea republicana nacida de los debates cívicos que se dieron entre 1810 y 1811. Ambos estaban convencidos que tenían que poner fin “el horror  la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios, convirtiéndolos en un teatro de sangre” y se encontraban para ratificar los Tratados de Trujillo firmados por sus plenipotenciarios los dos días anteriores. Ambos descienden de sus cabalgaduras, se dan un estrecho abrazo y van a compartir la comida que había mandado a preparar el jefe español.
Más allá de las importantes anécdotas de ese encuentro, de las palabras dichas y escritas, de todo el emotivo entusiasmo de ese día, en Santa Ana triunfó la diplomacia frente al combate, la palabra frente a la espada, la paz frente a la guerra. Triunfó la civilidad frente al militarismo. Triunfó el reconocimiento de las diferencias.  Todo lo que sucedió ese memorable el 27 de noviembre de 1820 quedó claramente documentado en cartas, informes y comentarios realizados por los propios protagonistas y numerosos testigos. Al final de los discursos el Libertador dijo: “odio eterno a los que desean sangre y la derraman injustamente”. Morillo contestó: “Castigue el cielo a los que no estén animados de los mismos sentimientos de paz y amistad que nosotros”.
El Brigadier Correa expresó en el brindis: “Prefiero este día a todas las victorias de la tierra”; Don Juan Rodríguez del Toro dijo: “La muerte me es indiferente después de un día tan glorioso”, La Torre, aludiendo a Bolívar manifestó: “Descenderemos juntos a los infiernos en persecución de los tiranos”.
Bolívar hace un detallado informe de lo sucedido al General Santander, y entre otras cosas escribe: “El general La Torre me ha agradado mucho; está resistido a ser sólo español; asegura que no se embarcará jamás, sea cual fuere la suerte de la guerra; que él permanece a Colombia y que los colombianos lo han de recibir como hermano”. Y agrega: “al imprimir los tratados, especialmente el de regularización de la guerra, es menester hacer algún elogio de los negociadores españoles aunque excelentes sujetos y muy humanos; pero se distinguirá al brigadier Corea que, sin duda, es el mejor hombre que pisa la tierra”. (Bolívar a Santander. Trujillo, 29 de noviembre de 1920).
“La buena fe debe ser el primer fundamento de esta negociación” decía el primer artículo de la propuesta de Morillo a Bolívar enviada desde de Carache á 19 de Noviembre.
A  197 de la firma de los Tratados y de la entrevista de Bolívar y Morillo, aún falta mucho para que el espíritu de paz que se vivió en Trujillo y en Santa Ana en esos días viva en Venezuela. Faltan apenas tres años para el bicentenario de esos acontecimientos. Dios quiera que la Virgen de la Paz nos ilumine para que aprendamos las lecciones que nos dan los diálogos de Trujillo y los de Santa Ana.


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LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO II

El Día de Júpiter
LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO II
Francisco González Cruz
El domingo 26 de noviembre de 1820 - tal día como hoy hace 197 años -  la Iglesia de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo se llena de propios y extraños para la misa mayor. Los delegados de Colombia y España - y sus acompañantes -  se mezclan con los parroquianos para rogar a Dios y a la Santa Patrona para que los diálogos avanzaran por los caminos de los acuerdos y terminar así terminar con 9 años de guerra. Ya en la noche anterior los delegados plenipotenciarios habían firmado el Tratado de Armisticio  y se negociaba el de Regularización de la Guerra.
Debe haber sido una intensa jornada, aun cuando los términos sustantivos  sobre poner fin a los horrores de la guerra a muerte,  del trato que se le debe dar a los vencidos  y a los prisioneros de guerra y el respeto que se les debe a los pueblos ocupados, pues no existían antecedentes documentales que recogieran tan amplios criterios humanitarios para estos conflictos donde predominaba la violencia más extrema. Es histórico el papel de Antonio José de Sucre por parte de Colombia en la redacción final, pero no son menores los méritos de Ramón Correa por parte de España, así como de  Juan Rodríguez del Toro,  Francisco González de Linares junto con Pedro Briceño Méndez y José Gabriel Pérez. Y los artífices de todo: Pablo Morillo y Simón Bolívar.
Por primera vez desde 1811 los documentos oficiales expresan textualmente “los Gobiernos de España y de Colombia”. En el borrador del Tratado de Armisticio enviado por Morillo desde Carache  el 19 de noviembre, apenas 6 días antes  para referirse al gobierno de Colombia decía “El Go­bierno Disidente”. Ahora el Tratado de Regularización de la Guerra empieza: “Deseando los Gobiernos de España y de Colombia manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios, convirtiéndolos en un teatro de sangre; y deseando aprovechar el primer momento de calma que se presenta para regularizar la guerra que existe entre ambos Gobiernos, conforme a las leyes de las naciones cultas, y a los principios más liberales y filantrópicos…”.
En la noche dominguera trujillana se firmó este documento que marcó un hito en el derecho internacional, pues desde entonces se impuso legalmente el trato humanitario en los tiempos de guerra y se convirtió así  en el documento pionero de los derechos humanos. Las personas que habían llegado divididas y enfrentadas luego de la larga y sangrienta confrontación, encontraron en Trujillo el ambiente de sosiego para, mediante conversaciones proactivas, llegar a los acuerdos más importantes entre contrarios en toda la guerra de independencia americana.
Mediante estos tratados quedaba oficialmente derogada la guerra a muerte, en el mismo lugar donde había nacido.


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LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO

El Día de Júpiter
LOS DIÁLOGOS DE TRUJILLO I
Francisco González Cruz
“El Tratado de Armisticio se firmó en Trujillo la noche del sábado 25 de noviembre, al día siguiente domingo 26 el de Regularización de la Guerra y el lunes 27 se entrevistaron Bolívar y Morillo en Santa Ana. La coincidencia que este fin de semana y el lunes concuerda con las fechas en que hace 197 años se dieron esos acontecimientos, entre los más importantes del proceso de independencia, hace que el Diario de los Andes publique estos textos, conscientes de las lecciones que nos dan para el presente”.

Dos grupos antagónicos, con diferencias muy profundas e irreconciliables, con cientos de miles de muertos a cuestas y las sociedades arruinadas por la guerra, llegaron entre octubre y noviembre de 1820 a la ciudad de Trujillo con el fin de conversar sobre la necesidad de poner punto final a las atrocidades de la guerra a muerte y firmar un armisticio. No solo existían tan abismales diferencias entre los dos grupos, sino que en el seno de cada uno de ellos también las habían, y enormes.
Los partidarios de mantener a estos pueblos y territorios de América como parte de España, luchaban contra los que querían la independencia y la conformación de nuevos Estados soberanos. Pero entre los que querían la unidad de España la mayoría era monárquicos, es decir que defendían la causa de un reino absolutista, otros optaban por una república y otros por una monarquía constitucional con separación de poderes, tal como lo estableció la Constitución de Cádiz en 1812.
Entre los independentistas también existían muchas diferencias. Unos eran partidarios de fundar repúblicas, otros de monarquías como efectivamente se dio en México entre 1821 y 1823 con Agustín de Iturbide (Agustín I) y luego entre 1864 y 1867 con Maximiliano de Habsburgo. Incluso al propio Bolívar le ofrecieron una corona real. Otros eran partidarios de que cada provincia o virreinato fuese un país, y otros de conformar confederaciones o agrupaciones de países como la Gran Colombia entre Venezuela, Colombia y Ecuador; la República Federal de Centro América entre Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica e incluso las Provincias Unidas de Sudamérica con las que hoy conforman Argentina, Uruguay y Bolivia. También existían grandes diferencias entre los partidarios de integrar a los nuevos Estados a las áreas de influencia del Imperio Inglés o de los Estados Unidos de América, frente a los que optaban por una integración hacia adentro en una especie de “desarrollo endógeno” que al final fueron los verdaderos perdedores, muchos de ellos fusilados por los propios patriotas.
Llegan a una pequeña ciudad que había sido orgullo de la provincia de Venezuela en sus mejores tiempos fundacionales y que se había sumado al movimiento juntista el 9 de octubre de 1810, pagando muy caro su adhesión a la causa republicana. Había sido uno de los escenarios más crueles de la Guerra a Muerte y se encontraba en la ruina total, tal como lo informa el propio Bolívar en carta a Santander fechada desde Trujillo el 25 de noviembre de 1820. Sin embargo sus habitantes prestaron su gentileza y sus bienes para que los ilustres huéspedes hicieran con eficiencia su trabajo. Por sus calles paseaban Bolívar, Sucre, Briceño Méndez, José Gabriel Pérez y Carrillo Quevedo del lado independentista, junto a  Ramón Correa,  Rodríguez del Toro y Francisco González de Linares del lado realista. También los altos personajes que los acompañaban.  En las mesas de los paisanos se  sentaban a disfrutar una buena pizca, un mojo con arepa, guisos con garbanzos o arvejas, algún adobo de cerdo o de res, postres, amasijos y otros platos servidos por las atentas trujillanas. En las noches escucharían valses y bambucos, zarzuelas, polkas y pasodobles al sonido de pianos y clavecines, tiples y vihuelas, cuatros, guitarras y violines.
Un sábado como hoy en la noche firmaron el Tratado  de Armisticio que consistía en el acuerdo de suspender las hostilidades para poder concertar una paz duradera, cumpliendo así el deseo de los patriotas, compartido por los realistas: “el gobierno de Colombia quiere manifestar a V.E. y a toda la nación española que prefiere la paz a la guerra”. (Carta de Bolívar para el general Pablo Morillo, fechada en San Cristóbal el 21 de septiembre de 1820).


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