La causa de la grave crisis social, económica y política venezolana es el llamado “Socialismo del Siglo XXI”. Una combinación del socialismo comunista más rancio, con la corrupción y la incapacidad. Un esperpento ideológico fascista, arcaico y anacrónico, extraño a la Constitución y a la cultura nacional. Llamar a una Constituyente para profundizar esa calamidad es correr hacia el abismo.
Menos mal que ya ni el régimen ni Maduro tienen la fuerza para imponerlo, ni el pueblo está dispuesto a soportarlo. Sólo le interesa a las cúpulas que no tienen más remedio que quedarse, pues si ponen un pie afuera del país van presos.
Ya este mismo noble pueblo rechazó esa pretensión en el referéndum del 2 de diciembre de 2007, cuando el Comandante Chávez gozaba de buena salud, elevada popularidad y la botija llena. Ahora que el régimen tiene el sol a sus espaldas, mal podrá tener el más mínimo éxito, a pesar de tener arrodilladas algunas instituciones, como el CNE y el TSJ.
De cada 100 venezolanos 85 consideran que el modelo económico impuesto por Maduro fracasó, 77 cree que no debería seguir como presidente y consideran que debería salir este mismo año. Además 71 cree que las elecciones generales podrían significar una salida positiva a la crisis del país.
Para peores penas el devaluado Maduro es el único líder que les queda en el panorama rojo – rojito, mientras que en la oposición multicolor hay múltiples líderes, todos con excelente preparación y aceptación.
La propuesta de Maduro tiene un enorme rechazo, pues tiene la osadía de hacer culpable a la “mejor Constitución del mundo” según las palabras de Hugo Chávez, mientras se hace el loco con su suprema incapacidad que no convence ni a sus más inmediatos cómplices.
La verdadera Constituyente, la auténtica nueva Venezuela, se está forjando en las calles, bajo la sabiduría orientadora de la Conferencia Episcopal Venezolana, de las universidades, las academias, los gremios, los productores, los estudiantes, las familias y los partidos políticos unidos entorno a la Mesa de la Unidad Democrática. Allí -al calor de la lucha- está naciendo el sistema político honesto, civil, descentralizado, promotor, democrático y libertario que nos merecemos.