Mi mamá Chana nació en un
molino de trigo y era familia de molineros. Como muchos en todos los campos de
las zonas altas trujillanas y de los Andes venezolanos. Recuerdo la casa de La
Matilde, en el sector la Cruz Verde de La Quebrada Grande. El cuarto del molino
estaba al lado de la casa, con su enorme rueda que era movida por la fuerza de
la acequia y transmitía la energía a las dos ruedas de piedra llamadas “muelas”
(de moler), la de arriba o volandera se
movía y la de abajo (solera) era fija y dentada. El trigo venía de los páramos
y los productores pagaban por la molienda. El dorado grano se echaba por el agujero
central de la volandera y la harina salía por los bordes, donde se recogía, se
cernía y se ensacaba en costales de algodón, más la cáscara o el afrecho para
los animales.
Cerca de La Matilde estaba
la hacienda de Don Ramón Barrios, donde se cultivaba caña de azúcar para la
producción de panela en el trapiche, situado allí mismo en la finca. La acequia
movía una enorme rueda que a su vez hacía que unas “masas” de hierro, dentadas,
sacaran el jugo que era conducido a las “pailas” que lo cocinaban a altas
temperaturas, producidas en los hornos alimentados por el propio “bagazo” de la
caña, al lado se levantaba la elegante chimenea, que le avisaba con el humo a
los muchachos que corríamos a tomar guarapo o a comer batido. De trapiches
estaba llena casi toda Venezuela.
Por todos los alrededores de
La Quebrada Grande estaban los cafetales bajo los hermosos y frescos bosques
cubiertos de bucares. Allí mismo en cada hacienda estaba la casa de anchos
corredores y numerosas habitaciones, con sus tanques, despulpadoras y patios
para procesar el maravilloso grano, que se ensacaba en costales de fibras de
maguey.
Solo tres ejemplos de una
Venezuela que era productiva y agroindustrial. Podríamos escribir muchas otras
notas referidas a talleres e industrias en los pueblos y ciudades, que
producían alimentos, ropa, calzado, equipos y herramientas y mil cosas más. No
existe zona en nuestro país que no conociera esta cultura del trabajo.
Hasta que nos vino la
maldición de la renta petrolera, que engordó un Estado exageradamente metiche
que derrumbó todos casi todos los estímulos para que la gente ganara el pan con
el sudor de su frente. Y ahora este gobiernito viene a querer estimular la
producción con más intervención y mayor actitud paternalista y benefactora,
justo las causas del desastre productivo nacional. Y para peores penas, sin los
reales del petróleo, una parte porque bajaron los precios y otra porque lo que
se robaron fue en demasía.
En esos tiempos de la
Venezuela fructífera no existían tantas “políticas públicas” de apoyo al
productor, pero había el bien que ahora más escasea:
confianza.