Hablo con jóvenes que no han
vivido otra cosa que “el proceso”. Con adultos que vivieron en “la cuarta” en
sus mejores años y que ante su deterioro optaron por “el proceso”. Con gente de
izquierda de todas las edades que adoptaron “el proceso”. El común denominador
es la decepción de una causa que alimentó inmensas esperanzas y que cosechó
profundos desengaños.Muchos años y muchos recursos perdidos. Una verdadera
tragedia.
Son considerables las
razones de la desilusión, pero la mayor es la corrupción. Ni el fracaso
económico, ni la violencia y la inseguridad, ni la anarquía, ni el ocaso de los
servicios públicos o la destrucción de las instituciones pesa tanto como
degradación de todos los sueños y tantas ilusiones por el envilecimiento de los
que proponían el “hombre nuevo”.
La enorme distancia entre
los discursos y las realidades mide el tamaño de las decepciones. Ahora se
levanta una ola gigantesca de indignación que en mucha gente se traduce en una
dolorosa y preocupante pregunta: ¿será posible volver a creer?
Esa pregunta tan poderosa
solo la pueden responder las personas de carne y hueso que se ocupan de ir
construyendo las alternativas. Los que cimientan lo público. Los que con sus
conductas cotidianas, con la manera de enfrentar la crisis, de conducir los
partidos, de administrar los espacios libres van dando los significados que
matan o abonan esperanzas.
Nadie en su sano juicio,
luego de la tremenda lección que nos deja “el proceso”, se atrevería a volver a
apostar por otros políticos corruptos. O por algo un poquito mejor de lo mismo.
Por los mismos vicios de los últimos días de “la cuarta” o por los más graves
de esta larga y dolorosa agonía de “la quinta”.
¿Qué hacer? Dejar atrás a
los que hablan y actúan con violencia. Aislar a los que nunca han trabajado ni
producido nada. Apartar a los que no son
capaces de vivir con modestia. Abandonar a los que no puedan mostrar limpias hojas
de servicio. No aceptar a los que tengan dudosa reputación pues ser permisivos
nos ha costado caro.
¿Qué hacer? Alimentar la
esperanza siendo parte activa en la construcción de las nuevas realidades. Hay
mucha gente de paz, honesta y de trabajo que está lanzada en la histórica tarea
de darle la espalda al pasado, construyendo en el presente los relatos de una
nueva historia que tenemos que construir.
Aún hay quienes soñamos que
se puede gobernar con decencia, sin mentir, ni engañar, ni robar, ni
improvisar. Que se puede gobernar siendo constructores de paz, honestamente y
alentando a los que trabajan y producen.
¿Qué hacer? Alimentar la
esperanza, que es construir el futuro desde lo mejor que hemos sido, desde lo
mejor que aún somos.