A estas alturas nadie duda que el régimen está de salida, pues el Socialismo del Siglo XXI, de ser una promesa ideología pasó a ser un monstruo corrupto y corruptor, que asaltó a poder para enriquecer a unos pocos y empobrecer a las mayorías. Más temprano que tarde vendrán otros tiempos distintos, muy lejos de estas desgracias de hoy. Los venezolanos hemos pagado muy caro la aventura temeraria que nos arruinó económica, social e institucionalmente. ¿Aprendimos la lección?.
La sangre derramada, el sacrificio de muchos, las desgarraduras de las familias por los hijos que se fueron, la lucha incansable de la gente en las protestas que piden paz y reciben una feroz represión, los miles que perdieron sus puestos de trabajo, las empresas cerradas, los campos improductivos y tantos sacrificios, tienen que producir una Venezuela distinta a la que hemos tenido, de un intervencionismo populista enemigo del progreso y de la gente que trabaja, que pone mil obstáculos al que quiere emprender, que no premia la calidad, con una burocracia gigantesca y paralizante, centralista que todo decide en las cúpulas del poder, ineficiente e ineficaz, donde unos pocos tienen los privilegios entre tanto la gente humilde tiene que someterse a largas diligencias para realizar un modesto trámite, de una justicia discriminatoria, sin reglan claras y sin rendición de cuentas.
Tendrá que modernizarse profundamente el Estado para hacerlo menos obeso y más eficiente, y enfocado a las tareas propias de su razón de ser: promotor de una sociedad justa, segura y abierta a las innovaciones y al emprendimiento, que promueve una economía libre, orientada al bien común y a la producción de bienes y servicios de calidad y accesibles a la gente. Y una sociedad civil fuerte, vigorosa, organizada en dinámicas redes de solidaridad. Un Estado que tenga excelentes relaciones que otros Estados exitosos y que caminen por los anchos caminos de la libertad y la democracia.
La nueva Venezuela que está a poco tiempo de nacer tendrá que ser honesta y bien administrada, descentralizada y eficazmente articulada desde lo local, lo regional y nacional. Y que atraiga a los mejores talentos para la función pública. La dirigencia que representa la alternativa democrática para los nuevos tiempos tiene que estar muy consciente de estos desafíos. El pueblo venezolano no perdonará más equivocaciones, más trampas, más nepotismo y más vagabunderías, más negocios oscuros con el patrimonio que es de todos. Tiene que ser un liderazgo renovado, al servicio de esa Venezuela posible que está tratando de emerger en las calles de todos los lugares.
Porque la auténtica nueva Venezuela se está forjando en las calles, bajo la sabiduría orientadora de la Conferencia Episcopal Venezolana, de las universidades, las academias, los gremios, los productores, los estudiantes, las familias y los partidos políticos unidos entorno a la Mesa de la Unidad Democrática. Allí -al calor de la lucha- está naciendo el sistema político honesto, civil, descentralizado, promotor, democrático y libertario que nos merecemos. Está llegando la hora para demostrar que hemos aprendido.