Una de las mejores formas de poner en evidencia el grado de inteligencia de una sociedad - o su grado de estupidez – es por las conversaciones. Nietzsche llamó “el lenguaje del bien y del mal” de un pueblo a esta cultura heredada que es la palabra usual, el habla cotidiana. Una conversación puede enriquecer, enseñar, mejorar las relaciones, elevar la cultura de los que hablan, consolidar su amistad.
Otra conversación, en cambio, puede herir, deprimir, disociar, empobrecer. Las conversaciones predominantes en una comunidad dan el grado de inteligencia de esa sociedad. El chismorreo, la murmuración, las habladurías, empequeñecen a todos y hacen que una sociedad se idiotice y se comporte de manera estúpida. Lo mismo pasa con una familia o una organización. Las conversaciones inteligentes son motores del desarrollo humano, las conversaciones estúpidas condenan al fracaso a la sociedad donde se practican.
En las comunidades donde triunfa la inteligencia, las conversaciones estimulan, premian, animan y hacen que el grupo logre cosas extraordinarias. En las comunidades estúpidas las conversaciones ridiculizan al exitoso, se burlan del triunfador, escamotean los logros y provocan que los fracasos se acumulen y se le tenga miedo a la creatividad, a la innovación y al emprendimiento. Hay en consecuencia conversaciones inteligentes y conversaciones estúpidas.
Por otra parte el lenguaje, las conversaciones, forman parte sustantiva de la identidad social. La gente se identifica con una comunidad por el lenguaje. Y la comunidad es importante para el éxito de cualquier sociedad. Son las comunidades las respuestas a los problemas sociales, y la calidad de esas respuestas dependen de las conversaciones que se tengan para encontrarlas.
Si las conversaciones evaden las causas de los problemas para achacárselas a otros como al pasado, al gobierno, a la mala suerte, a la determinada clase, al clima, al sistema o a otros evidentemente se debilita la capacidad de acción, que es fruto de asumir con responsabilidad el protagonismo de su propio destino.
Al igual que el individuo, las sociedades fracasan porque son prejuiciosas, fanáticas, supersticiosas, o porque son de temperamento agresivo, o egoísta o por que no lograr ponerse de acuerdo en sus objetivos y metas. También porque son ignorantes, es decir se desconocen, ignoran sus raíces históricas y sus bases territoriales, su cultura, sus potencialidades o los obstáculos de que deben vencer.
Para una elaborar una estrategia de desarrollo con posibilidades de éxito, como por ejemplo el “Trujillo Posible”, debe ponerse a su servicio toda la inteligencia necesaria, las mejores mentes, los mejores asesores y la convergencia de voluntades para armar consensos en torno a los grandes objetivos y en torno a las estrategias. Inventar el futuro exige un enorme y generoso esfuerzo y la sociedad debe apelar a sus mejores reservas para conseguirlo.
No sé dónde leí la frase “yo invento mi pasado”, una expresión extraña, pues la proposición que se usa en planificación estratégica es “yo invento mi futuro”. Sin embargo interesa mucho esa atrevida frase, porque es muy útil a la hora de buscar en la historia de la comunidad, aquellos rasgos que pueden potenciar el invento de un futuro deseable, invocando las mejores virtudes cultivadas a lo largo del proceso histórico de la comunidad, encontrando ventajas geográficas y culturales, colocando como arquetipos a imitar a personajes importantes, destacando hechos con los cuales la gente se sienta orgullosa, rescatando viejas construcciones hermosas y emblemáticas de mejores tiempos y muchas otras maneras.
Para una elaborar una estrategia de desarrollo con posibilidades de éxito, debe ponerse a su servicio toda la inteligencia posible, las mejores mentes, los mejores asesores y la convergencia de voluntades para armar consensos en torno a los grandes objetivos y en torno a las estrategias. Inventar el futuro exige un enorme y generoso esfuerzo y la sociedad debe apelar a sus mejores reservas para conseguirlo. Construir el Trujillo Posible bien vale la pena.