Francisco Gónzalez Cruz
ÍNDICE
Prólogo............................................................................................................................................. 9
Introducción................................................................................................................................ 19
Globalización: Breve aproximación conceptual.............................................. 31
Lugarización: Aproximación conceptual.............................................................. 47
Tras la búsqueda de un concepto para la lugarización................................ 50
El lugar....................................................................................................................................... 51
Los no-lugares........................................................................................................................ 58
El lugar como síntesis superior de los procesos geo-históricos............ 61
El desarrollo del lugar ........................................................................................................ 65
A.- Cuatro dimensiones del desarrollo humano sustentable................... 71
1. La sustentabilidad................................................................................................... 71
2. La economía social o economía de solidaridad................................... 72
3. El capital social......................................................................................................... 73
4. La innovación lugarizada.................................................................................... 74
B.- El tamaño del lugar y su régimen político-administrativo.................. 76
C.- El gobierno del lugar................................................................................................ 79
Lugarización, descentralización y federalismo.............................................. 83
El principio de subsidiariedad................................................................................... 86
Los nuevos desafíos de la gestión urbana............................................................. 89
La marca territorial del lugar y la innovación lugarizada........................... 92
Lugarización y valores........................................................................................................ 95
Bibliografía Citada................................................................................................................. 99
P R Ó L O G O
Antonio Elizalde Hevia
Es para mí un placer y un honor prologar este libro por varias razones. En primer lugar por mi larga amistad con su autor y mi reconocimiento de su quehacer intelectual y académico; en segundo término porque este trabajo aborda un tema de crucial importancia para nuestra sustentabilidad y permite hacer luces sobre una dimensión de lo social, habitualmente poco trabajada e incluso invisibilizada en la reflexión y en la investigación en las ciencias sociales; en tercer lugar porque desde hace ya varios años he llegado a la convicción de que el único espacio irreductible a las enormes fuerzas homogeneizantes que caracterizan a la sociedad actual, es el espacio de lo local; y en cuarto y último lugar, porque gracias a su generosa amistad tuve el privilegio de conocer hace algunos años el lugar donde nació el autor de este libro: La Quebrada Grande, un pequeño pueblito acurrucado al pié de la Teta de Niquitao. Tuve allí la vivencia de poder compartir gracias a sus conversaciones el origen de la “lugarización” de Francisco. Ese lugar, ese paraje montañoso, esa comarca poblada de sus recuerdos primigenios, de sus primeras amistades, territorio acotado en medio de las montañas del Estado de Trujillo, donde vivió parte de su vida, donde están enraizados sus afectos con la madre Tierra y donde nació quizás su vocación de geógrafo.
Hay quienes, hoy, sostienen que el tiempo y el espacio han perdido su significado tradicional. Manuel Castells nos habla de nueva Era y alguien como Alain Touraine de ruptura. El Norte está cada vez más disperso y fragmentado y el Sur también. Podría decirse que ahora hay muchos Nortes y muchos Sures. Por eso hay visiones tan distintas del intenso e imprevisible proceso iniciado hace apenas tres a cuatro décadas. Nadie sabe hacia dónde nos va a conducir el proceso de cambio en esta nueva Era de la información y la comunicación. Existe un consenso básico en torno al final de un “viejo” orden mundial, pero ¿cómo definir el nuevo contexto? Las referencias son tan distintas como distantes: nuevo orden, nuevo desorden, nueva Edad Media, geopolítica de la complejidad, geopolítica de las fracturas, geopolítica del caos, segunda modernidad, modernidad radical, modernidad líquida, posmodernidad... Las propias ciencias sociales participan de este grado notable de desconcierto.
Desde comienzos de la década de 1980, los economistas comenzaron a hacer uso de la palabra globalización, la que llega a ser central en todas las Ciencias Sociales después de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Aparecen propuestas de «final de los territorios» (Bertrand Badie), «ciudades mundiales» (Saskia Sassen), «sociedad-red» (Manuel Castells), «economía de archipiélago» (Pierre Veltz) y los «no-lugares» (Marc Augé), entre muchas otras.
La globalización aparece así como la culminación de un proceso socio-histórico de unificación del espacio mundial, mediante la constitución de un único gran mercado donde los factores productivos (léase el capital) pueden desenvolverse a sus anchas. Es la mundialización del mundo, realizada por la civilización occidental y su modo de producción hoy hegemónico –lo que se ha denominado como capitalismo globalizado de consumo masivo, la sociedad del hiperconsumo y de los turboconsumidores, como la llama Lipovetsky- que han logrado transformar la realidad física y social entera del planeta para convertirla en objeto de beneficio y acumulación. Esa transformación persigue diluir toda la especificidad que caracteriza a la realidad para poder así gestionarla y administrarla de un modo más eficiente. Lo que se hace entonces es producir una permanente homogeneización, mediante procesos de abstracción que desingularizan y quitan a cada elemento específico componente, todo lo particular y propio, su identidad y su autonomía, tornándolo así en un ente abstracto, fácil de procesar y manejar, en las cadenas y escalas de producción que se consideren más adecuadas para el gran capital.
Desde esta perspectiva la globalización aparece a todas luces como un proceso imposible de detener, el mundo se globaliza cada día más y más. Vivimos en un mundo que se ha mundializado, constituyendo un sólo territorio o espacio unificado mediante la infraestructura que lo comunica, y también por medio de los flujos físicos de materiales y de personas, así como por los flujos virtuales de comunicaciones, de información y de capitales, que lo recorren.
Paralelamente, este mismo proceso corroe las identidades previamente existentes, destruyendo así la diversidad cultural que nos ha caracterizado: las múltiples lenguas y dialectos, cosmovisiones e imaginarios colectivos, sistemas de conocimientos, usos y costumbres, fiestas y folclore, estrategias de vida, valores, entre muchos otros elementos constitutivos de la identidad de los pueblos y de los colectivos humanos. Asimismo ha sido incapaz de proveer una mayor equidad entre las naciones y al interior de las propias naciones, y ha producido también una grave y cada vez más preocupante degradación del entorno natural en el cual vivimos.
En el actual contexto los propios gobiernos de los estados naciones están entrampados en el discurso del “necesario crecimiento económico” como la panacea que resuelve mágicamente todos los problemas del buen gobierno (empleo, superávit fiscal, balanza de pagos favorable, gobernabilidad, baja fiscalidad, etc.) y a la vez se encuentran obnubilados frente a las monsergas desarrollistas de las instituciones financieras internacionales.
Esta incontinencia e irracionalidad (desde una perspectiva sistémica) del gran motor del proceso descrito, cual es el capitalismo globalizado -absolutamente incapaz de reconocer los límites físicos y biológicos que el planeta pone a su desenfrenada fiebre de acumulación de lucro y beneficio que lo caracteriza, y que además ha contado a su favor con una absoluta desregulación que le ha permitido operar desde hace algunas décadas, y que lo ha conducido a la enorme crisis financiera en que se encuentra hoy sumido- ha llevado a muchos intelectuales a preguntarse ¿quién será el sujeto antagónico al capital? ¿Quién podrá ser aquel que le ponga freno a su desenfreno?
Desde esa pregunta, el problema del antagonismo a la expansión del capital, asume una perspectiva distinta. Ya no desde la de los sujetos históricos, que es aquella a la cual ha dedicado su energía intelectual gran parte de la investigación en las ciencias sociales. Se trata más bien de analizar los límites que la propia naturaleza de la realidad nos impone. Límites tales como los espacios, los territorios, los lugares y las distintas formas de habitar lo humano que la apropiación del espacio/tiempo determina, condiciona o influye. Desde hace ya varias décadas diversos autores han planteado los límites al crecimiento económico, esto es a la globalización desenfrenada, que ponen las escalas, los socio-ritmos, la dimensión de lo local, la escala humana. Más recientemente otros autores han enfatizado aún más las dimensiones propiamente culturales, políticas e incluso psicosociales de la dimensión local.
Desde hace ya algunas décadas, en Europa se elaboran propuestas de Desarrollo Local en las que la creación de empleo es el objetivo buscado en una época determinada por las políticas de ajuste duro y reconversiones industriales, cuando el espacio local se descubre con criterios de eficacia para la promoción de políticas activas de empleo. Desde entonces ha habido una acumulación importante de conocimientos y de políticas en relación a los sistemas locales de empresas y el desarrollo territorial.
Los conceptos local, y desarrollo local son ahora frontera de reflexiones, debates, propuestas y políticas para una gestión pública más descentralizada y participativa en el nivel local, para el buen gobierno local que facilita el desarrollo, creando el ambiente adecuado para liberar las energías de los agentes sociales con la preocupación central de la erradicación de la pobreza. Al mismo tiempo, que crecen los planteamientos de que el desarrollo humano va unido a la cultura como base de la identidad local, porque nos permite ser nosotros mismos en un mundo que se globaliza y mimetiza. ¨
Es en esa perspectiva, en la cual el trabajo que nos presenta el autor de este libro adquiere una enorme relevancia, pues no nos sugiere atrincherarnos y resistir en la frontera de lo local como camino para enfrentar la inevitable globalización sino que, por el contrario, nos invita a asumir una actitud proactiva en la cual se valorizar el lugar como el espacio desde el cual integrarnos en las dinámicas de la globalización, es una aproximación, que coincide con la propuesta hecha por Milton Santos para confrontar y transformar la que él llamó “globalización perversa”. Francisco González, nos convoca a entender la lugarización como ese proceso autopoietico que vive un lugar para mantener su identidad e incorporarse eficazmente en lo global. Es decir un autorecrearse permanentemente manteniendo sus coherencias básicas y adaptándose sin rupturas sustantivas a la sociedad del conocimiento… Lo que busca este mecanismo es en el fondo el desarrollo endógeno humano local con base al fortalecimiento de su identidad, mejorando su nivel de competitividad territorial, insertándose con sabiduría en la globalización.
El lugar es la apropiación subjetiva, social y cultural del espacio/tiempo. Es ese territorio íntimo y cercano donde quien lo habita se siente cómodo, a sus anchas, donde ha construido certezas, donde desarrolla la mayor parte de las actividades rutinarias. Puede ser el asentamiento en que la persona nació y creció, donde se educó o trabajó, donde constituyó una familia, es ese sitio, punto o rincón con el cual la persona siente vínculos de pertenencia. Habitar un lugar implica una acción social, que se manifiesta de manera concreta en movimientos de construcción y destrucción de formas de vida, en formas específicas de apropiación de la naturaleza y de uso de los recursos intelectuales e institucionales creados por la humanidad. De allí es de donde surgen las operaciones y los conceptos con los que se delinean las fronteras y se construye la organización funcional de unidades territoriales delimitadas con base en intereses de grupos sociales y en las realidades económicas, ambientales y sociales. El lugar es así, entonces, como una enunciación vivencial del habitar, del morar, del residir, en esa relación particular que el ser humano establece con el espacio. Como ha sido señalado por el propio autor: El lugar es el espacio territorial íntimo y cercano donde se desenvuelven la mayor parte de las actividades del ser humano. Generalmente es el sitio donde las fases del nacer y crecer se plasma con mayor libertad dentro del lienzo llamado vida; es donde la educación y la configuración de la morfología personal se cristalizan con mejor nitidez. En el lugar se encuentran los familiares, las amistades cultivadas con un especial vínculo afectivo. En fin, es una comunidad definida en términos territoriales y de relaciones humanas, con la cual la persona siente vínculos de pertenencia. La primera característica: el lugar circunscribe todos los ámbitos vitales del ser humano. El lugar es el territorio, en términos ecológicos, de una persona. Es la zona donde se establece su comunidad y donde está su historia, sus referencias topográficas, sus definiciones culturales, sus afectos, donde se gana la vida y donde pasa la mayoría de su tiempo.
Sin embargo, como se nos señala en este libro los lugares están siendo sustituidos por no-lugares. Estamos llenándonos de no lugares, espacios actuales de confluencia anónimos, donde personas en tránsito deben instalarse durante algún tiempo de espera, sea a la salida del avión, del tren o del metro que ha de llegar, y convierten a los ciudadanos en meros elementos (consumidores y trabajadores) de conjuntos que se forman y deshacen al azar y son simbólicos de la condición humana actual y más aún del futuro. El usuario mantiene con estos no-lugares una relación contractual establecida por el billete de tren o de avión y no tiene en ellos más personalidad que la documentada en su tarjeta de identidad.
Francisco González afirma que: Los lugares entonces enfrentan grandes desafíos, el más trascendental será mantener la identidad e incorporarse con sabiduría a lo global. Reafirmar lo singular que los hace únicos e irrepetibles, pero adaptar los avances para que su gente sea competitiva a nivel global. Traducir a la realidad local las fuerzas que vienen de lo global. Y contribuir a la diversidad de un mundo plural desde los aportes de su identidad local. Lo que yo llamo lugarización.
Para lograr procesos de lugarización exitosos, el autor de este libro nos propone: tener conciencia del lugar presente, sus potencialidades, sus debilidades y las oportunidades que se pueden aprovechar, y el rol que el lugar puede llegar a jugar; pero también tener conciencia de las raíces de su identidad, de su historia, de su marco geográfico, de su cultura, de aquello que lo hace único e irrepetible; a lo cual además se requiere agregar la adopción de definiciones compartidas sobre el lugar futuro, sobre el proyecto colectivo que se desea construir.
Compartimos con Hassan Zaoual su afirmación respecto a que: “la cultura del lugar está en el horizonte de los paradigmas del futuro. Es ella la que constituye el crisol de las modas de organización y de estimulación de los actores locales en torno a los cambios necesarios. El lugar funciona así como un experto cognitivo colectivo. Él da lugar a mecanismos de cooperación que estabilizan el desorden inherente a los organismos sociales. Las creencias compartidas llegan a ser motores simbólicos para la acción.”
De allí, la importancia del libro que presentamos, los seres humanos somos aún seres enraizados en su origen, cuya vocación puede ser cosmopolita y universal, que como todo caminante vamos en pos de un destino, pero que a la vez necesitamos de un lugar donde reclinar nuestras cabezas para poder volver a soñar con nuestras raíces.
Santiago de Chile, 29 de octubre de 2012
I N T R O D U C C I Ó N
Los lugares cambian de naturaleza con los procesos de globalización. Las diversas influencias que bajan de lo global impactan a las localidades de muy variadas formas y los resultados dependen de múltiples circunstancias. Son procesos muy complejos y dinámicos que se abordarán desde una mirada lugareña, fruto de los análisis y la experiencia que es el resultado de una buena parte de la vida trabajando por el desarrollo local.
La globalización es, quizás, el más visible de los cambios que ocurren en estos tiempos de turbulencia y velocidad. Forma parte de diversos procesos que están transformando profundamente la realidad desde todos los ángulos. Mucha gente percibe que su extensión y magnitud equivalen a lo que ocurrió en los tiempos remotos, del paso de la vida nómada a la sedentaria cuando la Revolución Agrícola, o en tiempos de la transformación de la vida artesanal a la vida alrededor de las máquinas en la Revolución Industrial. Un cambio de época. Un cambio de paradigma. Un cambio sistémico. Un cambio totalizante. Otros tiempos que nacen radicalmente distintos a los del pasado. Pero a mayor velocidad, más extensión con mayor alcance.
Esta mutación afecta todo y a todos. En estas páginas se tratará de profundizar cómo todo esto está afectando al territorio local. Cómo los procesos referidos modifican la naturaleza de los lugares. De qué manera estas nuevas realidades que se están conformando rápida e intensamente impactan a ese espacio íntimo, personal, al llamamos “lugar”; tratando de desplegar reflexiones y aproximaciones en torno a los nuevos e inusitados senderos que los lugares transitan al vivir la turbulencia de las nuevas realidades.
Lugareño, provinciano o pueblerino eran sinónimos de una persona atrasada, desinformada, de mirada estrecha y anticuada. No todas las connotaciones de la denominación eran despectivas, también significaban sencillez, humildad, llaneza y probidad. Ahora que las conexiones tecnológicas llevan información a todos los lugares, e igualmente la obtienen de ellas, que están conectados con el mundo, que son parte del sistema global no como una zona marginal y lejana, sino tan cercana como sus posibilidades de acceso digital ¿Qué impacto reciben? ¿Cómo reaccionan? ¿Cuáles son los procesos que viven? ¿Qué cambios culturales, organizacionales, territoriales, tecnológicos, económicos y de otra naturaleza experimentan?
Los lugares ya no son lo que eran hasta finales del siglo XX. Su naturaleza es distinta como consecuencia de la globalización y de los otros cambios que emergen en las nuevas realidades. Sus demandas son diferentes, como también sus opciones y sus desafíos. ¿Podrán los lugares aprovechar esta bisagra histórica que el mundo vive para afianzar sus fortalezas y atenuar sus debilidades? ¿Lograrán insertarse adecuadamente en lo global, desde su identidad local? ¿Darán los lugares aportes sustantivos a los procesos globales, que los influyan? ¿Se perderán las identidades locales en las tendencias homogeneizadoras o estandarizantes de la globalización? ¿Será cierto que el mundo será plano y monótono? ¿O desigual y diverso?
Para tratar de entender la nueva naturaleza de los lugares se hace necesario, por una parte, acercarse a las transformaciones sustantivas que están operando en el planeta; por otra, la caracterización adecuada de lo que se entiende, al menos en el presente trabajo, por lugar delimitándolo epistemológicamente.
Abordar el tema de los cambios que experimenta el planeta en estos tiempos no es fácil, pues son muy diversos y profundos. Intentar una síntesis o una aproximación superficial puede dejar por fuera elementos, procesos que pudieran ser sustantivos. Es más, el carácter sistémico de los cambios determina ya la consideración de que no hay procesos inapreciables, menores o insignificantes, pues cualquiera por reducido o limitado que pueda aparentar, puede desencadenar efectos de gran alcance.
Por otra parte, entra en consideración que a esta tercera revolución planetaria se le llama, entre otras denominaciones, la Revolución del Conocimiento; sin embargo, paradójicamente, los conocimientos sobre su verdadero carácter, en particular, sobre sus impactos en la persona humana, sus relaciones entre sí, con los demás y con el territorio, son escasos. Frente al vertiginoso avance de los conocimientos tecno-científicos, es lenta la reflexión sobre sus consecuencias o huellas en el espíritu humano, en las formas de organización social, en las relaciones humanas, en las nuevas formas de expresión política, en la organización del territorio entre otros campos de las ciencias humanas. El déficit alcanza incluso los temas espirituales. Hasta la racionalidad científica aún se mueve bajo los dominios del paradigma clásico, pero avanza un paradigma emergente que busca las causas de forma más integral.
Se impone un esfuerzo por comprender mejor los asuntos medulares de estas nuevas realidades, en particular la situación del hombre y de su entorno, sus relaciones, su cultura, sus angustias y sus desafíos. También, para saber cual es la posición que ocupa en la nueva ecología resultante de los arreglos que son consecuencia de los cambios estructurales que se producen rápidamente.
Quizás unos de los temas que menos se han abordado en medio de esta insuficiencia de conocimientos relativos a la naturaleza humana en la nueva sociedad global, tecno-científica, del conocimiento, se refiere a las nuevas formas de estructuración del territorio, es decir, la novedosa geografía resultante de los procesos de reorganización estructural que vive la humanidad entera; incluso la llamada “Nueva Geografía” representada por Paul Krugman y otros autores modernos pareciera ser “vino viejo en odres nuevos”. (Rojas López, 2009).
Existen algunos avances en cuanto a la organización mundial del territorio. De hecho, el tema de la globalización tiene una buena bibliografía que crece día a día, pero frente al frenesí de la globalización, el lugar ha quedado un tanto al margen, olvidado. Ello tiene muchas consecuencias para poder entender, comprender de manera integral la verdadera naturaleza de las nuevas realidades. Prevalece una enorme asimetría en el tratamiento que se la ha dado al tema de las estructuras globales, frente a los estudios que abordan el tema de lo local.
Muchos estudios sobre los lugares se hace desde la perspectiva crítica de lo local, de la desvalorización de la diversidad y la heterogeneidad, privilegiando el desarrollo de redes de intercambio homogeneizadoras, “desterritorializadoras”. Sin embargo, lo local y toda su carga de identidad se resiste e incluso, en determinados casos, se fortalece, como se puede comprobar en la nueva dinámica que adquieren actualmente ciertos idiomas locales, para colocar sobre el tapete solo uno - pero quizás el más importante – de los elementos de la identidad local. El lugar vive y se fortalece, fenómeno que se despliega, sobre todo, en aquellos países donde la globalización y la sociedad del conocimiento avanzan con mayor fuerza en profundidad.
La gente necesita la seguridad, la confianza de su espacio íntimo y conocido. El filósofo José Antonio Marina nos dice que “La globalización está provocando un obsesivo afán de identidad, que va a provocar muchos enfrentamientos. Nuestras cabezas se mundializan, pero nuestros corazones se localizan” (jose-antonio-marina.blogspot.com). Asimismo, el profesor británico de teoría de la cultura Featherstone, Mike (1995) escribe:
La dificultad de manejar niveles crecientes de complejidad cultural, con las dudas y las ansiedades que esto siempre supone, son precisamente las razones por las cuales el “localismo” –o el deseo de permanecer en una localidad claramente delimitada, o de volver a alguna noción de “hogar”– se convierte en un tema importante.
Definitivamente, no se podrán interpretar adecuadamente los procesos que de manera tan integral y rápida sacuden al mundo sin una mirada acuciosa, diligente a los territorios locales, a sus nuevas realidades, a sus desafíos frente lo global, a sus nuevas y variadas formas de adecuación.
Las nuevas estructuras territoriales que aparecen en la hora actual son de diverso orden, pero la mayoría de los autores hablan sobre la nueva realidad planetaria que tiende a una sola red de relaciones que abarca toda la Tierra: la globalización. Es evidente el enorme impacto de esta realidad, sin embargo, esa fuerza universal, totalizante no se expresa de manera similar en todas partes, puesto que cada territorio concreto, como fruto de sus propios procesos históricos, tiene respuestas diferentes.
Lo que sí es evidente, tema central de este trabajo, es que las nuevas realidades cambian la naturaleza de los lugares. Ya el lugar tradicional no es el mismo, independiente de su situación, de la fortaleza de su identidad, de su grado de apertura o de aislamiento. La globalización cambió su carácter, transformó su esencia.
El conocimiento de las nuevas realidades exige la comprensión de esta nueva condición de lo local, o mejor dicho, del lugar. No será completo, ni siquiera aproximado, el discernimiento del nuevo mundo que nace aceleradamente sin el estudio de los cambios que se dan en las comunidades locales, en sus nuevas formas de organización, en sus relaciones internas y externas, en su política, su sociedad, su cultura, en los desafíos que enfrentan para satisfacer las nuevas necesidades que se demandan, en los retos, en la administración de sus asuntos que hoy ya no son solo los “peculiares” de la vida local, sino otros muchos asuntos emergentes.
Es generalizada la idea de que la globalización acabará con la diversidad e impondrá un solo modelo de sociedad, un solo sistema de valores y una sola forma de pensamiento. Es posible que esto suceda, nadie tiene la certeza absoluta de lo que sobrevendrá en el futuro; sin embargo, el propósito fundamental de este trabajo es demostrar que entre las tendencias importantes de las nuevas realidades, a pesar de las fuertes presiones homogeneizadoras, existe una que apunta a fortalecer la libertad, la diversidad y el pluralismo como nunca antes en la historia de la humanidad, por la vía del desarrollo humano local. Un fenómeno social sin precedentes que cambia la naturaleza de los lugares, reforzando su realidad propia, su identidad, pero eficientemente insertada en lo global.
La palabra lugarización trata de definir este fenómeno reciente, de enorme vitalidad como fuerza para una nueva organización de la sociedad y del territorio. La lugarización, como tendencia complementaria a la globalización, es el desarrollo de las localidades, con los claros rasgos de su identidad pero con una fuerte vinculación con lo planetario. Es un lugar singular vinculado con el mundo, plenamente inserto en él.
Este fenómeno del desarrollo cualitativo de lo local está íntimamente vinculado con la extensión y revalorización de la libertad, el pluralismo y la diversidad. Por ello, una tendencia importante hacia el futuro es que podamos contar con un planeta mucho más diverso, con infinidad de culturas locales conocidas, respetables y respetadas unas a otras, libres pero conectadas mediante la infinidad de redes institucionales, económicas, culturales, políticas y de todo orden.
Ulrich Beck (1999), cuando explica los principios del nuevo republicanismo Cosmopolitan que surge en Europa, anota en primer lugar al individualismo, en segundo lugar al rol de los actores, identidades y tramas cosmopolitas, en tercer lugar “y solo en aparente contradicción con lo anterior”, la nueva importancia de lo local – de la magia del terruño – en la sociedad cosmopolita, en cuarto lugar, el significado clave de la libertad política.
Uno de los científicos que mejor ha intentado una interpretación más actual de los fenómenos territoriales de la globalización es Manuel Castells. En el primer volumen de su libro, La Era de la Información (2000), un libro magistral, en muchos sentidos esencial para la comprensión de la economía y sociedad actuales, afirma que:
El surgimiento del nuevo paradigma tecnológico basado en la información, en las tecnologías electrónicas y biológicas, está produciendo una sociedad de redes en la que “el espacio de los flujos” se impone al “espacio del lugar”, y donde “no existe lugar alguno por sí mismo, dado que las posiciones las definen los flujos. …los lugares no desaparecen pero su lógica y significado son absorbidos por la red…el significado estructural desaparece, subsumido en la lógica de la metared.
Arturo Escobar (2000) del Departamento de Antropología de la Universidad de North Carolina se pregunta: ¿En qué medida podemos reinventar tanto el pensamiento como el mundo, de acuerdo a la lógica de culturas basadas en el lugar? ¿Es posible lanzar una defensa del lugar con el lugar como un punto de construcción de la teoría y la acción política? ¿Quién habla en nombre del lugar? ¿Quién lo defiende? ¿Es posible encontrar en las prácticas basadas en el lugar una crítica del poder y la hegemonía sin ignorar su arraigo en los circuitos del capital y la modernidad?
Es importante superar algunas de las trampas epistemológicas que limitan las teorías de la globalización, que no consideran al lugar como un asunto que está allí, que tiene una existencia nada “virtual”, sino que es concreta, palpable y tiene una dinámica novedosa. El lugar -como la cultura local- puede ser considerado no solo como “lo otro” de la globalización, algo así como la resistencia a las tendencias estandarizadoras alternativas a la modernidad, sino como una dinámica propia del mismo proceso globalizador pero de efectos contrarios a los que tradicionalmente se le adjudican. Es una mirada distinta al mismo fenómeno.
Como afirma Escobar (2000), es evidente que el lugar y la conciencia basada en el lugar han sido marginalizadas en los debates de lo local y lo global. Esto es doblemente lamentable porque, por un lado, el lugar es central al tema del desarrollo, la cultura y el medio ambiente, y es igualmente esencial, por el otro, para imaginar otros contextos, para pensar acerca de la construcción de la política, el conocimiento y la identidad.
La desaparición del lugar en la mayor parte de la literatura contemporánea sobre la globalización es un reflejo de la asimetría existente entre lo global y lo local, en la que lo global está asociado a la economía, la tecnología, el capital, las redes, la política entre otros grandes temas mientras lo local, por el contrario, es vinculado a la cotidianidad, al trabajo humano, a las tradiciones, a la vida común y corriente, así como sucede con las mujeres, las minorías, los pobres, pudiendo añadir, las culturas locales y la diversidad.
Cuando se acuña el neologismo “glocal” por Borja (1997) lo que quiere sugerirse es una atención pareja para la localización de lo global y para la globalización de lo local. Para la consideración de las formas concretas en las que éste tráfico, en ambos sentidos, se lleva a cabo; sin embargo, el desafío no es completo si no se aborda la investigación en orden al lugar, considerando cuestiones más amplias tales como el impacto de la tecnología digital, particularmente Internet, en el lugar, la identidad, las nuevas formas de gerencia descentralizada. Las relaciones del lugar con economías regionales, nacionales y transnacionales; con las relaciones sociales; con los nuevos paradigmas científicos; con los nuevos desafíos de la democracia, la libertad y el pluralismo; el lugar y el desarrollo humano sustentable. ¿Cuáles son los cambios que se dan en lugares precisos como resultado de la globalización? Al contrario, ¿cuáles formas nuevas de pensar el mundo emergen de lugares como resultado de tal encuentro? ¿Cómo podemos comprender las relaciones entre las dimensiones culturales y económicas de los lugares?
Santos, Milton (2000) uno de los más importantes estudiosos de la geografía humana, se ocupó de la naturaleza del espacio, con ello, de los lugares y de las implicaciones que la globalización tiene en estos territorios de la cotidianidad. Afirma, entre otras cosas, que “el orden global busca imponer, en todos los lugares, una única racionalidad. Los lugares responden al Mundo según los diversos modos de su propia racionalidad” (p.289). El tiempo no le alcanzó al Profesor Santos para ver los más recientes cambios territoriales, pero los anticipó admirablemente: “Cada lugar es, al mismo tiempo, objeto de una razón global y de una razón local, que conviven dialécticamente”.
La lugarización, tal como se propone en el presente trabajo, tiene un sentido amplio, pues trata de colocar el lugar en una nueva dimensión, la que se corresponde con una visión en el marco de los cambios estructurales que afectan la organización del mundo en sus diversos aspectos, incluyendo por supuesto el propio mundo epistemológico sobre el tema. Para ello, el método que planteo, tal como lo sugiere Morín, Edgar (2002) en uno de sus últimos libros, es un camino que parte de treinta años de experiencia en desarrollo regional, desarrollo local y descentralización, con particular dedicación al Estado Trujillo - Venezuela, de las bases teóricas que surgen de los estudios que se ocupan del tema y de las observaciones de la realidad, en particular de las experiencias exitosas que combinan la reafirmación de la identidad lugareña con la capacidad de una eficaz inserción en lo global.
Pero más allá de estas consideraciones teóricas, el interés se centra además, en las consecuencias prácticas del enfoque que hace énfasis en la nueva naturaleza de los lugares en la era de la globalización, en lo que respecta a la persona humana, en sus relaciones sustantivas, en la calidad de vida local, en los nuevos desafíos de la gerencia pública y de los grupos sociales. En reconocer que existe un nuevo ecosistema humano que surge o empieza a asomarse en las nuevas realidades. Un mundo en emergencia que puede ser más libre, más plural, más diverso, mediante una buena dosis combinada de globalización y lugarización.
Para lograr el despliegue de todas las potencialidades que se desencadenan como consecuencia de estas nuevas realidades, los lugares demandan una nueva gerencia, una forma más creativa y emprendedora de administración de los “asuntos locales”, ahora ya no solo los tradicionales ser vicios (agua, electricidad, urbanismo, transporte, etc.) que exigen ser más eficientes, sino además: conectividad, competitividad, relaciones externas, junto a otras competencias emergentes.
Globalización:
Breve aproximación conceptual
Una profecía insospechada de 1848, asomada paradójicamente por un emblemático filósofo de la sospecha, nos ilustraba diciendo que:
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal... (Marx & Engels, 1848).
Este descubrimiento epistemológico ha obligado al replanteamiento de estrategias para hacerle frente y comprender cada uno de estos fenómenos, pero la velocidad vertiginosa en que se desarrollan dificulta las teorizaciones cabales, crea obstáculos contra los cuales chocan los paradigmas e interpretaciones, sobrepasando nuestra capacidad de respuesta para asimilarlos. En pocas palabras, como algunos autores han dibujado, vivimos una nueva revolución que eclipsa a las dos anteriores (la agrícola e industrial). Y lo que nos parece más desgarrador, pero a su vez potencialmente enriquecedor, es que opera de manera silente, caprichosa, multipolar, paradójica y bajo la lógica de la sinrazón, caótica dirían los postmodernistas. No en vano el filósofo Julián Marías (1998) tacharía al enturbiamiento de las ideas como la clave de la fragilidad de nuestro tiempo.
De todos estos temas que tocan el fenómeno de la Globalización, existe uno que es abordado con menor intensidad que otros, para no decir insuficientemente. La misma se refiere a las nuevas formas por las cuales se estructuran las realidades propias de cada territorio con los asuntos medulares de la relación que ese hombre sostiene con el entorno local, con las angustias y desafíos que ello implica. Es la nueva geografía resultante de los procesos de reorganización estructural que vive la humanidad entera, que repercuten tan aleccionadoramente en todo el planeta.
Por supuesto que la comunidad científica ya ha dado algunos pasos para comprender este tema, pero como lo afirmamos, sigue siendo insuficiente o parcial. La insuficiencia se ha materializado con la abundante bibliografía producida sobre el tema de lo global frente a la relativamente escasa de lo local. El frenesí por la globalización ha devenido en una asimetría al momento de abordar también el otro lado del fenómeno globalizador: el tema de lo local o del lugar.
En algunos círculos académicos esta insuficiencia ha desembocado en algunos estudios en los cuales cristaliza una perspectiva crítica de lo local, ampliando la desvalorización de la diversidad y heterogeneidad, para terminar privilegiando el desarrollo de redes de intercambio homogeneizadoras y desterritorializadoras. A pesar de la importancia de esta tendencia, lo local existe, está allí para bien o para mal y tiene con frecuencia influencia determinante en fenómenos que afectan lo global. El propio Manuel Castell, (2000, 2006) sostiene que la sociedad red es la nueva forma de organización social surgida en la era de la información, pero reconoce recientemente que:
Si las personas pierden el control de sus vidas que depende de flujos financieros globales, cuyo origen y destino ignoran, y de sistemas de comunicación de símbolos que priorizan la cultura global sobre la local, entonces se refugian en aquello que conocen y en que se reconocen: su casa, su familia, su lugar, su religión, su lengua, o sea, todo lo que los sociólogos llamamos identidades primarias históricamente construidas”. (Castell, 2009) La tesis del fin del lugar, de su estigmatización sin consideraciones, de la panacea globalizadora que fagocitará a lo local, encontrado en el comentario de Bauman (1999) ese homicidio al lugar en grado de tentativa:
Ser local en un mundo globalizado es una señal de penuria y degradación social. Las desventajas de la existencia localizada se ven acentuadas por el hecho de que los espacios públicos se hallan fuera de su alcance, con lo cual las localidades pierden su capacidad de generar y negociar valor. Así, dependen cada vez más de acciones que otorgan e interpretan valor, sobre las cuales no ejercen el menor control..., digan lo que dijeren los intelectuales globalizados con sus sueños/consuelos comunitaritas.
Esta posición del desprecio por lo local y por las identidades locales ha dominado en general el discurso en torno a la globalización, desde que aparecieron los primeros documentos que contienen las reflexiones sobre el fenómeno. Estos relatos se nos ilustran con metáforas taquigrafiadas de expresiones impactantes tales como “aldea global”, “fábrica global”, “tierra patria”, “nave espacial”, “nueva Babel”, etc. A éstas se agregan visiones fraccionadas con pretensiones totalizadoras tales como “el shopping center global”, “la ciudad global”, “el capitalismo global”, “el mundo sin fronteras”, “el tecnocosmos”, “la sociedad del mall”, “el fin de la geografía”, “el fin de la historia” (Ianni, 1999).
De las metáforas transcritas anteriormente, la que más impacto ha causado ha sido, la mil veces repetida Aldea Global. Acuñada hace tres décadas por Marshall McLuhan (1995), es el símbolo más acabado de las interpretaciones totalizantes. Ella es universalista y determinista, pues exhala un halo con grandes dosis de optimismo sobre el hombre nuevo. Homogeniza todo por el todo y entienden a la globalización como una magna comunidad mundial. Dicha comunidad mundial, concretada en las realizaciones y posibilidades de comunicación, información, fabulación abiertas por la electrónica, armoniza y homogeniza progresivamente a todo el planeta. Nos explica sobre un destino irreversible en el cual todos los lugares terminan por clonarse. Se abandonan los rasgos locales mostrándolos como piezas arcaicas sobre las cuales pesa una terrible sentencia de muerte. La estructura de preferencias del mundo es presionada hacia un punto común homogeneizado (Ianni, 1999).
McLuhan (1995) escribe:
En el próximo siglo, la Tierra tendrá su conciencia colectiva suspendida sobre la faz del planeta en una densa sinfonía electrónica, en la cual todas las naciones -si aún existieran como entidades separadas- vivirán en una trama de sinestesia espontánea y adquirirán penosamente la conciencia de los triunfos y de las mutilaciones de unos y otros.
El optimismo de McLuhan, que sueña con un mundo global y feliz, ha secuestrado la percepción de cierto sector de la doctrina de la globalización. Contraponen a la globalización como un fenómeno equivalente a un Estado mundial, un gobierno cosmopolita que ha erradicado cualquier vestigio del Estado-Nación. “Las provincias, naciones y regiones, así como las culturas y civilizaciones, son permeadas y articuladas por los sistemas de información” (Ianni, 1999). Al aniquilar cualquier referencia al lugar, a lo geográficamente heterogéneo, estas versiones terminan contraponiendo a lo local como un concepto antagónico con la globalización, como dos tendencias hostiles que luchan por aplastarse, que para nada se comunican. Es como una especie de dialéctica entre progreso y atraso, entre lo actual y lo antiguo, entre lo moderno y lo tradicional.
Recientemente Thomas L. Friedman en su libro llamado El Mundo es plano (2006), explica cómo a partir del año 2000 la confluencia de diez “fuerzas aplanadoras” convirtieron a una realidad que era dominada por fuerzas verticales y rígidas a otro orientado por fuerzas flexibles y horizontales. Plantea como las nuevas realidades abren posibilidades a cualquiera en cualquier lugar, siempre que se prepare para aprovecharlas.
La hegemonía del pensamiento globalizador, sin embargo, no ha llevado a una conceptualización clara del fenómeno. Pareciera que todo el mundo sabe lo que es la globalización pero a la hora de definirla existen muy diversas interpretaciones. La globalización revestirá muchas formas de interpretación. Unas serán excesivamente optimistas e incluso ingenuas. Otras totalmente pesimistas, hasta trágicas, pues ya cuentan en su haber un saldo negativo de muertos, el cual revela su faceta despiadada y conflictiva, como se mostró en las protestas de Seattle (1999), Davos (2000), Quebec (2001), Porto Alegre (2001) y la iconización en Génova de Lucca Casarini1*, dan cuenta suficiente de que estamos al filo de un artilugio social que se resiste a ser encuadrado en los planos referenciales conocidos hasta el momento.
1 * En la Edición del 9 de septiembre de 2001, el Diario Il Corriere della Sera dedicó un amplio comentario sobre las figuras estrellas de la antiglobalización, destacándose, además de Casarini, la canadiense Naomi Klein y el francés José Bové. [Consultado en original].
Jagdish Bhagwati (2005) catedrático de economía de la Universidad de Columbia, experto de Naciones Unidas en materia de globalización escribe una extensa y razonada defensa de la globalización, con sólidos argumentos y cifras. Mientras tanto, otro economista famoso, premio Nobel en esa disciplina, ex Vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz( 2000 ) escribe un libro cuyo título pone en evidencia su posición en torno al asunto: “El Malestar de la Globalización”, para más tarde escribir otro titulado “Como hacer que funcione la globalización” (2006) Pero, la globalización está en boca de todos, apunta Bauman (1999), como una palabra de moda que se transforma en un fetiche, un conjuro mágico, una llave destinada a abrir las puertas a todos los misterios presentes y futuros.
Más allá de esta realidad, ¿es posible encontrar rasgos que sean comunes entre los autores que han abordado a la globalización? Una revisión exhaustiva de la bibliografía más importante publicada hasta el momento sobre Globalización, puede preliminarmente desanimarnos en el hallazgo de una respuesta positiva. Es más, podemos afirmar que cada vez que se intenta poner en claro algunos tópicos de la globalización, la discusión se enturbia, porque sencillamente no existe una contrarrespuesta que contraste las tesis. Al contrario, la percepción suministrada por el análisis estructural de los textos consultados cuentan más bien que cada autor, en vez de refutar el planteamiento de otro, ensaya una definición nueva, aportando una interpretación más.
Saltando lo preliminar y toda conformidad con “las primeras respuestas”, profundizando la comprensión, análisis y crítica textual, es posible hallar puntos de convergencia común con fines compartidos. Discrepamos que la multiplicidad de posibilidades abiertas al imaginario científico, filosófico y artístico, cuando se descubren los horizontes de la globalización del mundo, éstos envuelven cosas, gentes e ideas, interrogaciones, respuestas, nostalgias y utopías (Ianni, 1999); fatiguen la búsqueda de puntos clave y versiones de la globalización.
La palabra globalización es uno de los neologismos acuñados con más popularidad desde la última década del siglo XX. Sus raíces semánticas proceden del inglés “globalization”, que en primer término subrayan un sabor a proceso de dimensiones mundiales. Paralelamente a la voz globalización, existen otros que son mencionados con frecuencia. Tal es el caso de la mundialización, cuya mocedad idiomática se traslada del francés “mondelization”, causando un impacto entre los escritores de habla castellana que responden más a escrúpulos anti - anglosajones que a criterios diferenciadores sustanciales. Es más, el Diccionario Oficial de la Lengua Castellana, popularmente conocido como el DRAE, entiende a la mundialización y la globalización como unos sinónimos idiomáticos.
El criterio lingüístico nos resulta a todas luces limitado. No nos ilustra lo suficiente como para identificar una clave de lectura transversal que dé explicación satisfactoria a todo lo que ocurre en la dimensión de la globalización. Urlich Beck (1998), sin excluir el componente idiomático con el cual está construida la globalización, nos introduce en un juego de palabras diferenciando tres de ellas: globalización, globalidad y globalismo. Para él, globalización y globalidad son sinónimos que abarcan interconexiones económicas y comerciales, pasando por las culturales, políticas y religiosas. Por el contrario, globalismo hace alusión más bien a una visión de expansión del mercado, o sea, la dimensión netamente económica del fenómeno.
La razón narrativa nos ha permitido configurar la sucesión de textos sobre la globalización. Gracias a ella logramos entender los puntos contestes entre los autores. Puntos que son más bien referenciales que estructurales y que en buena medida responden también al sufrimiento de quien los formula ante el maremágnum díscolo de la globalización. Lo que si podemos adelantar, es que todos aluden a la palabra proceso. La globalización es un proceso. Todos comienzan con el proemio que identifica a la globalización como un transcurso, difícilmente controlado por un centro, con una filosofía y su estilo de imposición, aunque sucedáneamente un sector sea traicionado por los antiguos mitos, interpolándoles al Consenso de Washington (1993) como su Deuteronomio y Levítico; al FMI como su Iglesia y a los neoliberales como sus clérigos moralizadores.
En segundo término, se evidencia lo novedoso del fenómeno. Dicha novedad no está ubicada en que las características de la globalización se hayan presentado como una invención de reciente data. Tenemos claro que su origen no está en el siglo XX, sino en procesos previos que le allanaron el camino, como la expansión europea de los siglos XVI al XVIII, el afianzamiento del capitalismo como modelo económico y la implantación de la modernidad occidental. (Wills, 2002).
Unas invenciones aceleraron el proceso. Los cada vez más poderosos y autónomos navíos vieron que la antigua frontera marina era en cuestión de meses, un recorrido de aventura. La cartografía facilitó la impresión de que era “conquistable” cualquier espacio del globo. La máquina de vapor, junto a otras formas de energía hizo posible pisar el acelerador. La nanotecnología, los nuevos materiales, permitieron que las computadoras y la tecnología digital se desarrollaran a bajo precio con pequeño tamaño, el Internet, junto a las tecnologías de redes se encargarán de llevar la información a todas partes, si se quiere, que no falte globalización. Los cientos de científicos, desarrolladores tecnológicos son sus principales actores y los grandes mercados en expansión el estímulo a la creatividad, al emprendimiento. Universidades, empresas, grupos, personalidades ingeniosas dieron y dan vida a los miles de procesos e innovaciones que despliegan la globalización.
Un repaso a la bibliografía especializada, con más referencia sobre el tema, incluyendo las más acérrimas estigmatizadoras que responden a intereses ideológicos, se encuentran resumidas perfectamente en la exposición que plantea el Doctor Otis Rodner (2001), quien las circunscribe a siete grandes bloques característicos.
En primer lugar, la globalización es un proceso. Como hicimos referencia ut supra, la imagen del proceso es la nota conteste por excelencia. Un proceso se identifica precisamente en que es inmune a cualquier tentación de petrificación conceptual. Esto quiere decir que toda soberbia intelectual por sostener un dogma globalizador estaría sujeta al rechazo de quienes ven más allá de un nominalismo contemporáneo. La interconexión global cambia con frecuencia. Es múltiple y dinámica porque:
La globalización hoy será diferente a la de mañana. Aún en su alcance, la globalización es dinámica: los alcances pueden llegar a ser más complejos y abarcar cada día más, y en forma diferente, distintas actividades humanas. El carácter dinámico del proceso hace difícil pronosticar todos los alcances. (Roncer, 2001).
Ese proceso a su vez es disputado e irregular (Held & McGraw, 2003) pues no depende de un plan bien establecido sino de la innovación y la creatividad de muchos, los grandes intereses económicos y políticos, las regulaciones que van emergiendo de las estructuras políticas, con otros factores.
Será también, como lo expresa Sarasqueta (2003) un proceso complejo y atomizado, su imagen más perfecta es trazada en un mapa irregular de redes, donde la intersección es la figura que se reproduce como núcleo de la misma. Complejo, porque convive con la tradición y la innovación al mismo tiempo, generando vértigo de realidad tensa, conflictiva, poderosa, dejando la peor de las crisis: la crisis de la. Atomizado, al democratizarse la información, disponiendo ahora de tanta como nunca antes. Esta democratización nos introduce a un nuevo sistema de pensamiento, más no a una nueva forma de pensar porque todavía entendemos al pensar como un instrumento. Bien lo apunta el autor, lo que cambia con la globalización no es la forma de pensar, sino el sistema que para ello ha utilizado. (Sarasqueta, 2003).
Es un fenómeno global diferenciado de lo internacional. Ello nos abarca a todos, pero no en la misma manera y en el mismo momento. La interconexión de las tecnologías de la información han permitido ese impacto sin que se enarbolen banderas nacionales, mucho menos se escude en un tipo de esperanto del nuevo milenio. Una nueva versión que no impone una forma de ser, sino que todas las formas de ser están en el globo sin dejar de ser ellas mismas. En fin, es un mundo más interdependiente que no abraza causas internacionales homogéneas. “Los sucesos en el extranjero tenían impacto inmediato en la casa, al tiempo que los desarrollos domésticos repercutían en el exterior” (Held & McGraw, 2003).
Igualmente, puede entenderse como un nacionalismo planetario. El mundo es de todos, pero cada una de las partes de ese todo conserva sus rasgos. Es la localidad global. Europa tal vez sea la vitrina más emblemática de la característica bajo análisis. Dentro de la veintena de Estados que conforman la Unión Europea, la cual fija en Bruselas un centro que estandariza parámetros para todos sus miembros, encontramos cada día más fervores hacia manifestaciones internas y propias de cada integrante.
Es un proceso impulsado por la iniciativa privada. Es una verdad innegable, por más que sean exitosas las políticas, los despliegues publicitarios de gobiernos, y los entes multinacionales que agrupan Estados. La expansión de las actividades económicas de las sociedades anónimas sin nacionalidad, sumada a la creciente y envolvente desregulación de la cuenta capital, ha facilitado la movilidad de recursos económicos, la dilatación de los lugares en los cuales pueda ese capital rendir más y mejor. Esto nos lleva directamente a afirmar que gran parte de la concreción de la globalización en nuestros días responde a los individuos más que a las burocracias gubernamentales.
Tarchov (1999) indica que la globalización es ineludible e irreversible. Irnos hacia atrás sería un disparate. Nadie sería tan loco como para hacerlo, el precio a pagar sería el aislamiento cuya imagen pétrea apuntalan hacia la caribeña Cuba o hacia el áurea gris de Corea del Norte, donde la globalización hace acto de presencia, se queda allí. Como el proceso de atomización introduce un nuevo sistema de pensamiento, la población que ha sufrido los embates globalizadores comienzan a disfrutar de ciertos beneficios, aunque en el fondo añoren muchas veces retornar a la facilidad de lo que antes era limitado, es decir, un país con fronteras y aduanas, una realidad sin televisión ni juegos electrónicos, una vida dependiente sólo del Estado en su educación, trabajo y sanidad. Total, unos enemigos localizables y visibles (Sarasqueta, 2003).
En la globalización la soberanía nacional se pierde. Entendida por Bodino (1961) como el poder absoluto y perpetuo de un Estado, donde lo relevante era la concreción de un poder jurídico para dar y abrogar leyes sin consentimiento de otros entes corporativos, así como su ejecución. El Estado encuentra en la globalización un ambiente que la hace diluir el antiguo principio de la soberanía sin destruirla. Cuando en 1998 se detuvo a Pinochet en Londres por sus delitos en Chile y por requisitoria de un magistrado español, pudimos encontrar un referente claro de cómo la globalización rompe con la lógica de la soberanía.
Por último, no es una ideología, aunque existen discursos que intentan ideologizarla. Sólo podemos adelantar que no es neoliberalismo, en el sentido que lo acuña Von Hayek o Friedman, así como tampoco cualquiera de las versiones mutadas del capitalismo globalizado. La globalización no es expresión de la filosofía liberal ni de sus variantes. En sí, ella no profesa una ideología, aunque por la capacidad multifacética de abordar la verdad, facilita la multiplicación ideológica como nunca antes.
Los movimientos antiglobalización, si bien tachan a ésta como un arma preferida de la economía de mercado, han crecido gracias a la posibilidad de asumir posturas combatidas durante la guerra fría. Muchos de estos movimientos ludditas han surgido sobre bases loables, otros, son el resultado de la adaptabilidad de antiguas tendencias enmarcadas bajo el marxismo que ahora pueden actuar más libremente. La popularidad de estos grupos en gran medida se debe al uso que hacen de los recursos tecnológicos globales.
Es importante agregar otro bloque de características referidas a las conexiones globales vinculadas al desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, en particular, las posibilidades que dan la Internet, las comunicaciones satelitales, las redes mediáticas entre otras formas de transmisión de información, con todo el infinito despliegue de posibilidades.
Quizás otro rasgo interesante de la globalización es que está marcado por la innovación y el emprendimiento en todos los campos. La democratización del conocimiento extiende la creatividad, la aparición de nuevos procedimientos, de vanguardistas bienes y servicios, de la transformación de viejas prácticas que se creían consagradas, de un clima de inventiva nunca antes vista por la humanidad.
Entendida así la globalización como un proceso múltiple y complejo de alcance planetario, con acento en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, podemos afirmar que lo local es una realidad de ayer, de hoy y de mañana, a pesar o a costa de la globalización. O mejor dicho en la globalización. Cada localidad responderá a los procesos globales de acuerdo a muchas y variadas circunstancias, que dependerán de sus propias realidades, de las que provengan de lo global.
Verificada las metamorfosis que operan sobre la globalización, ésta última quebrará el antiguo telón que censuraba toda procedencia de la vida local como enemigo del pensar moderno. Las modernidades del nuevo cuño, dejan abierta la posibilidad de que todo lo meditado y erigido desde el lugar, es tan autorizado como las panaceas universalizadoras para concretar el llamado ideal más allá de la modernidad, de la propia postmodernidad, que no es más que la realización de ciudadanos autónomos capaces de concebir, de ejecutar por sí mismos sus propios proyectos de vida. De esta manera, la modernidad que opera en el siglo XXI fortalece y usa para sí aún más el tema local como una de sus tantas nuevas manifestaciones. Quizás una de las que se reforzarán más en el futuro, dadas las necesidades existenciales de identidad que todo hombre y toda comunidad tiene.
Lugarización:
Aproximación conceptual
A pesar de la complementariedad entre la globalización y la lugarización ya trazada en las páginas anteriores, es posible precisar varios sustratos diferenciadores entre ambos procesos. Así como existen varias formas de mostrar la globalización, también la lugarización asume múltiples facetas. Por un lado, refiriéndonos al tema concreto del individuo, la globalización tiende a desdibujar la singularidad de las personas, mientras que la lugarización bien entendida, propende a la satisfacción de la necesidad de identidad, personal y comunitaria del lugar. También, la lugarización ha hecho acto de presencia en la búsqueda de la gente por reencontrar su propia singularidad y la de todos aquellos con los cuales convive. Una especie de retorno hacia el individuo, o mejor dicho, hacia la persona. El “despertar del individuo” (Mangabeira, 2009) encuentra en el lugar su verdadero “nicho ecológico”, su cómodo espacio donde se siente bien, y seguro, pero que debe ofrecerle las condiciones para ser – también - ciudadano global, conectado, al día.
Otra senda con la cual la lugarización juega de cerca tiene que ver con esa especie de “vuelta a las manos” que representa el despertar del interés por las manifestaciones culturales identitarias, tales como la artesanía, las comidas típicas, el turismo de pequeñas proporciones (turismo de posadas, ecoturismo, agroturismo, etc.) por las peculiaridades de la naturaleza. Un vistazo en las grandes urbes de cualquier continente refleja ese collage del retorno. La lugarización pareciera el resultado del agotamiento del hombre moderno por perseguir lo universal. Sin embargo, no es del todo así. Las nuevas modernidades nos redescubren la grandeza de lo pequeño, de lo manual, de lo íntimo, de lo natural, algo que fue perdido por la obstinación ilustrada en estandarizar los estilos de vida.
La lugarización, en otro sentido también pareciera preocuparse por buscar una identidad personal más realista, relacionada al principal problema que nos aqueja: el orden económico. El planteamiento económico en la lugarización gatilla hacia una economía “a escala humana” (Max Neef & Elizalde, 1990) o al valor del tamaño reducido de las organizaciones y empresa, tal como lo plantea Schumacher (1984) en el famoso libro “Lo Pequeño es Hermoso” el cual encuentra en el tamaño pequeño de la empresa, aun cuando conectada a los grandes mercados, una forma menos alienante de realización. Se crean redes empresariales locales para traducir al territorio las condicionantes globales y así, sin perder sus particularidades identitarias, abordar el mercado global con éxito.
También, descubre la gente en la singularidad, la valoración de todo aquello que la identifica y la separa de las demás. En los barrios residenciales de cualquier clase social la arquitectura típica asume una condición de resguardo, su restauración se coloca como punto de honor. Se rescatan los recuerdos que marcaron hitos en el desarrollo del lugar. Se cuida la calidad de vida comunitaria mostrando con orgullo el resultado de ese proceso.
Incluso lo típico, el folklore, lo vernáculo es de nuevo puesto en vigencia, como una manera de reforzar las identidades locales frente a las tendencias homogeneizadoras de la globalización.
Como se podrá apreciar, la lugarización por sus peculiaridades de “lugar”, valga la redundancia, se nos muestra demasiado difusa, demasiado particularista como para acomodarla bajo un sólido molde conceptual. Es difícil concretar para la lugarización un concepto sustantivo, es decir, material. Cuando una comunidad ha rescatado su propio lenguaje o su preocupación por las modificaciones totales al mismo. Cuando planifican y administran sus sistemas educativos para mejorar la calidad e introducir estos elementos locales o regionales dentro del contexto nacional e internacional. Cuando crean sus propios sistemas de seguridad organizándose para enfrentar con éxito sus propósitos, todo esfuerzo por llegar al “dorado” conceptual unitario de la lugarización se enfrenta a la insuficiencia por explicitar toda la riqueza de lo que implica ser lugareño.
De esta manera, e introduciéndonos dentro de lo que implica la lugarización, encontramos que una de las características más relevantes de la misma es su carácter difuso. Dentro del proceso se juegan otras modalidades y conceptos donde muchas veces las fronteras no son tan esclarecedoras. Es necesario buscar una aproximación conceptual que logre romper con la característica señalada para adentrarnos con precisión dentro del fenómeno y suplir las expectativas. Sin embargo, debemos acotar que este ensayo definitorio es de naturaleza exploratoria.
Tras la búsqueda de un concepto
para la lugarización.
Toda definición aproximativa, parte, como traza la ciencia, en entender qué es en sí el objeto que tratamos de describir. Es la síntesis intelectual de la esencia de una cosa (Maritain, 1967). En algunas disciplinas los conceptos pueden ser claros y contestes. En otras, cuando la novedad o la incertidumbre asisten al investigador, los mapas conceptuales se transforman en la solución más adecuada, tal y como ensayamos en el capítulo I del presente trabajo al abordar a la globalización.
Sin embargo, cuando un concepto novedoso, asume su aparición dentro de un marco temporal reducido, las respuestas para tratar de encerrarlo escasean. Frente a esta realidad, el pensar moderno nos plantea tres opciones. La primera, consistente en prohibir cualquier elaboración de definición hasta tanto no se hayan determinado todas las características. La segunda, asumir un compromiso renovado de ejercicio metafísico, en el cual, la duda acerca de lo que hicimos nos asalte y el concepto termine adoleciendo de graves falencias. La tercera, elaborar categorías troncales de la realidad compleja y resolver por medio de la misma complejidad una definición.
La lugarización, como hemos venido mostrando sus fronteras hasta el momento, es uno de esos conceptos realmente nuevos en plena construcción. Poco ha producido la literatura especializada. Sin embargo, los efectos de la lugarización se “sienten” cada vez que la globalización actúa. Por otra parte, paradójicamente, el grado de lugarización si es medible mediante ítems cuantitativos. En pocas palabras, la lugarización hasta el momento se nos muestra como un espectro que deja sus huellas fácilmente ponderables, así como las dimensiones del impacto que dejan tras su actuación.
La lugarización, como definición proemio, son todos los procesos que revalorizan a lo local, en el contexto de la globalización. Es la inclinación global hacia la valorización de lo local. Es el cambio en la naturaleza de los lugares, como consecuencia de los procesos de conexiones complejas y de transformaciones identitarias, propias de la globalización. El vocablo trasgrede las estrictas manifestaciones tradicionales de actuar administrativo y jurídico de los ámbitos locales. Envuelve una dimensión más omnicomprensiva de lo que es en sí lo local, pero que actúa como una fuerza compensatoria de sus procesos homogeneizadores en favor de la diferenciación y la identidad. En favor de lo singular.
El lugar.
Esto implica a primera vista una especificación de los conceptos de lugar. El lugar es el espacio territorial íntimo y cercano donde se desenvuelven la mayor parte de las actividades del ser humano. Generalmente es el sitio donde las fases del nacer y crecer se plasma con mayor libertad dentro del lienzo llamado vida; es donde la educación y la configuración de la morfología personal se cristalizan con mejor nitidez. En el lugar se encuentran los familiares, las amistades cultivadas con un especial vínculo afectivo. En fin, es una comunidad definida en términos territoriales y de relaciones humanas, con la cual la persona siente vínculos de pertenencia. La primera característica: el lugar circunscribe todos los ámbitos vitales del ser humano.
La palabra “lugar” viene del griego “lóchos”, que significa el lecho donde uno fue engendrado, en el que nació, en el que con toda probabilidad transcurrirá la vida, donde seguramente morirá. Es el espacio territorial familiar que nos da identidad, que poseemos y nos posee. Es la tierra natal, la querencia, con la cual nos identificamos, queremos y nos comprometemos con amor. Es el sitio geográfico, histórico y cultural que nos da casi todo lo que nos identifica: el lenguaje, los hábitos, las costumbres, la cultura en general, la “manera de ser”. Nos da los componentes espirituales que nos hacen singulares como personas y a la vez parte de un grupo como comunidad.
Los lugares son “espacios delimitados por valores comunes, mas no debidos a la ley, sino a la reiteración de usos y costumbres que, por exclusión de cuanto se opone a su conservación y transmisión y por corroboración de cuanto les favorece, va creando una serie de surcos vividos y sentidos, más que pensados, que fomentan la permanencia de un grupo humano a través del tiempo”. (Duque, 2006).
Esta particularidad fundamental de amor al lugar, de apego a los sitios familiares, al clima acostumbrado, al ambiente conocido e íntimo, da pié cuando se aleja a otras partes distantes, cuando se emigra, a lo que según poeta el Milán Kundera (2000) es el más nobles de los sentimientos: la nostalgia.
El lugar puede ser una aldea, un pueblo, un barrio o un condominio. Un sector de una mega urbe o la calle tradicional de un distrito. Siempre será, necesariamente, un espacio geográfico limitado en su tamaño, de tal manera que la gente pueda establecer relaciones interpersonales. De esta manera tenemos nuestra segunda característica: el lugar es limitado a lo pequeño.
En las ciencias geográficas, la palabra lugar encierra una concepción muy especial. No sólo es un sitio, barrio, pueblo o comarca. Es, además, su paisaje propio que le da singularidad. Es una síntesis de sus componentes físicos y humanos. Es el resultado de su historia en ese marco natural específico. El lugar es una síntesis geohistórica. De esta forma, la tercera pieza característica del lugar será la conjunción dialéctica perfecta entre el sujeto y el espacio vital.
Se dice “lugareño” a lo peculiar de sitios, poblaciones pequeñas o a los naturales de esos lugares. Es entonces el lugar, bajo esta acepción, un determinado espacio geográfico, delimitado por un territorio relativamente pequeño, donde la gente vive en comunidad, con su clima particular, su topografía, sus tradiciones y sus retos. Se diría que cada lugar tiene su propio ambiente, su propia cultura.
Pero lo lugareño todavía encierra alguna animadversión. Una herencia de 200 años de iluminismo universal, identidades nacionales y defensa de una estandarización modelo de occidentalización, aún lo evoca como una zona atrasada. Un peligro que debemos disipar porque existe cierta tendencia a considerar la lugarización, o lo lugarizado, como la permanencia de espacios territoriales y grupos humanos aislados de los procesos planetarios de globalización. Restos remotos de grupos humanos rezagados, arcaicos, que no han evolucionado, manteniendo en un estilo de vida muy cercano a lo natural y primitivo.
La lugarización es justamente lo contrario. Es el cambio de la naturaleza de lo local como consecuencia de la globalización. Las transformaciones que viven los lugares como procesos de traducciones propias, innovadoras, creativas y, sobre todo, políticamente consideradas, de las fuerzas verticales de la globalización.
Conviene entonces precisar aún más el concepto de lugar, para ir más a fondo en el de lugarización. Igualmente intentar diferenciarlo de otros conceptos parecidos que usualmente se usan como sinónimos. Empecemos por estos.
El concepto de lugar se diferencia del concepto de local, incluso del de localización. Lo local tiene un significado más político – administrativo que geográfico. Es un ámbito jurisdiccional que coincide con una circunscripción territorial de pequeño tamaño, cercano al ciudadano. Si coincide con el lugar, tanto mejor, porque la identidad lugareña se redondea de manera espléndida con sus propias capacidades políticas. De allí, el interés por la subsidiariedad (que trataremos más adelante), la descentralización y el desarrollo local.
Lo local, desde este punto de vista, puede ser un Municipio, una parroquia, una comuna, un condado o cualquier otra denominación administrativa. El lugar trasciende en mucho esta delimitación, por su propia naturaleza, puede coincidir o no el territorio del lugar con el territorio local.
Por ello, que el término localización tampoco pueda tomarse como sinónimo de lugarización, puesto que aquel tiene una connotación de ubicación de alguna competencia, servicio en una localidad o en un lugar, pero no evoca el nacimiento o el despliegue desde ese sitio de ese acontecimiento o circunstancia.
Existen otros conceptos muy usados en geografía que conviene precisar. Son los conceptos de espacio y paisaje. Milton Santos (2000) las define con claridad:
Paisaje y espacio no son sinónimos. El paisaje es el conjunto de formas que, en un momento dado, expresa las herencias que representan las sucesivas relaciones localizadas entre hombres y naturaleza. El espacio es la reunión de esas formas más la vida que las anima”… “El paisaje es el conjunto de elementos naturales y artificiales que físicamente caracterizan un área”. (p.86).
Más adelante aclara aún más el concepto de paisaje y lo denomina “historia congelada”. El espacio en cambio se refiera más a las relaciones entre los elementos existentes en esa área -o paisaje- para darle respuesta a las necesidades de la sociedad. “El espacio natural individualizado se contempla desde su apariencia, como un objeto visual, es decir, como un paisaje” anota Varcarcel (2000)
Es bueno anotar que cuando aquí se habla de espacio es siempre en el marco de la geografía, que tiene connotaciones territoriales, pues existe un concepto de espacio distinto, también muy interesante, con nuevas e inusitadas consecuencias en estos tiempos de globalización, concebido en término de relaciones, de flujos, de intercambios, incluyendo las conexiones electrónicas, hoy crecientes. Se trata, por ejemplo, del espacio de una empresa que tiene estrechos vínculos con proveedores, con servicios contables, con bancos u otros relacionados que no importan donde estén localizados, sea en sus vecindades o muy lejos, en otra parte del mundo, pero con quienes están conectados, a veces, veinticuatro horas. Es el espacio virtual.
Definir el concepto de territorio es más sencillo, pues está claro que se trata de la demarcación de un espacio continuo y específico, que tiene un área concreta, unos límites determinados. No tiene otra significación adicional a su especificidad física, material, banal, topológica.
En geografía existen dos conceptos muy interesantes que conviene recordar en el presente trabajo: Se trata de emplazamiento o situación y el de localización o posición. Las dos primeras palabras se refieren a un sitio topográficamente definido, a una delimitación geomorfológica, donde se ubica una determinada actividad. Las dos segundas en cambio toman en cuenta la posición de dicha actividad en relación a otros territorios vecinos y sus conexiones.
Por ejemplo, una ciudad estará situada o emplazada en una llanura tal, en una terraza cual, etc. En cambio estará localizada en tal valle, o en la encrucijada de tales caminos, etc. El sitio es el la ubicación topográfica, la localización es la posición respecto a espacios o territorios más allá de la mera topografía.
Otro concepto muy interesante de las ciencias geográficas es el de región, que en el lenguaje común tiene concepciones muy amplias, pero todas referidas a la delimitación específica de un territorio. Se habla de la región andina para referirse a toda la cordillera de los Andes, desde Chile hasta Venezuela; pero también al conjunto de países que conforman el pacto andino. Dentro de Venezuela se habla de región andina a la zona de ese país que está en la Cordillera de los Andes.
En geografía esta palabra tiene una gran riqueza y se refiere a un territorio que goza de una serie de características comunes que previamente se han definidas. Aparecen entonces diversos calificativos: región natural a aquel territorio que tiene similares características físicas; región histórica a la que tiene un proceso histórico común, región polarizada a la que está en el área de influencia de una ciudad, región administrativa al área bajo la jurisdicción de un determinado gobierno; región económica a la que tiene los mismos procesos productivos, etc.
Cuando se habla de región geográfica se complica el asunto, en general se está hablando de un territorio que reúne una síntesis muy identificable de sus elementos naturales, históricos, económicos, culturales, etc. Es la síntesis superior de todas esas circunstancias que le dan personalidad propia a determinado territorio. Pero siempre será de un tamaño mayor a un lugar propiamente dicho. La región no tiene esa connotación de fondo que tiene el lugar, pues es más extensa, más dilatada y genera, por supuesto, nexos de pertenencia, pero más difusos que esa confianza que da el lugar.
Hoy se está usando la palabra glocalización, un neologismo que se intenta introducir en el lenguaje, que trata de expresar, sin éxito, de manera forzada la vinculación entre lo global y lo local. Se refiere a la globalización de lo local y la localización de lo global. Algo de inspiración bastante mecanicista, pues expresa que lo global es inseparable de lo local y viceversa. Glocal sería entonces algo global que está localizado o algo local que está globalizado. Sin embargo, es importante anotar que las fuerzas de la globalización se pueden expresar de mil maneras en lo local, dependiendo del dinamismo de las localidades e, incluso, del tipo de fuerzas que recibe de la globalización y sus maneras de traducirlas.
Algo global localizado en un lugar puede ser meramente su emplazamiento en ese sitio, sin mayores conexiones locales. Lo que se llama un “enclave”, como son la mayoría de las empresas transnacionales, que están localizadas en miles de lugares en todo el mundo, sin que estén mayormente conectadas con los factores de producción locales ni agreguen valor al lugar. Les interesa el mercado, algún recurso local, la mano de obra barata o determinados incentivos allí establecidos, pero no necesariamente surgen de la localidad o se insertan en sus procesos locales.
Igualmente, existen cientos de iniciativas locales, nacidas de procesos de despliegue de potencialidades del lugar, que se globalizan y conquistan mercados a nivel planetario. En su lugar natal, es posible que esas iniciativas hayan desarrollado procesos muy interesantes de potenciación de las posibilidades allí existentes, elevando la calidad del lugar, pero habría que ver qué pasa en los lugares donde se localizan, donde seguramente se comportan como una trasnacional más.
Los no-lugares.
Un concepto reciente de interés a los efectos de una caracterización de la lugarización es el de No-lugares. Marc Augé (1996) creó este concepto para referirse a espacios de confluencia temporal anónimos, donde personas en tránsito deben instalarse durante algún tiempo de espera, sea a la salida del avión, del tren o del metro que ha de llegar. Se extiende el concepto a aquellos espacios donde las personan van solo como meros consumidores sin otra relación que el ser consumidores, o el mero encuentro temporal y anónimo.
A medida que gana espacio el consumo, el comercio estandarizado y los modelos de franquicias mundiales, igualmente se extienden los “no lugares”.
Los no-lugares son la expresión más acabada de esta nueva religión que tiene al consumo como su rito fundamental y al “mall” o centro comercial como su templo. En estos tiempos que van más allá de la modernidad, muchas de las fuerzas prevalecientes en vez de ir moldeando las nuevas traducciones de la identidad a la personalidad de cada lugar, lo van despojando de la que tenía y son las mercancías, el consumo, el mercado o – al final – la economía, casi el único poder capaz de organizar la nueva identidad, de tal manera, que cada persona y cada lugar vaya dejando de ser, se vaya despojando suicidamente de lo que lo singulariza y se rinda casi sin darse cuenta, alienadamente, a la única manera de ser que parece ser la alternativa. El mismo consumidor de casi las mismas cosas, vistiendo la misma ropa, comiendo los mismos platos, cantando las mismas canciones y diciendo las mismas palabras, sin que sepa de donde es.
Un solo ser humano y un solo lugar parecieran ser el común denominador de los nuevos tiempos, de las nuevas realidades. Una sola aldea planetaria, toda aburrida de ser la misma en todas partes, es el destino que nos espera sino vamos al rescate de lo particular, de lo diverso, a la rápida rectificación de este camino que nos lleva al lugar único que es el no-lugar.
El no-lugar es el paisaje que nos tiene preparado el devenir de este modelo materialista - consumista - global. El “mall” es un pálido anticipo de lo que nos espera. Todo igualito en todas partes. Los mismos pasillos, las mismas tiendas, las mismas ferias de comida con los mismos sabores, los mismos avisos, los mismos colores. Todo bien pensadito para que consumamos lo mismo, estemos donde estemos. Los no – lugares son el fruto de esta tendencia mercantil que no solo acaba con las identidades locales, sino con la biodiversidad, con los recursos naturales, con el agua, con la atmósfera, con el clima, con el equilibrio de este gran hogar que es el planeta tierra.
Los no-lugares que junto al “mall” conforman los aeropuertos, los terminales de autobuses, las cadenas hoteleras “todo incluido” y muchos edificios habitacionales sin personalidad alguna, sin referencia al clima, a la topografía, a la cultura, son una expresión acabada de la tendencia global a la estandarización del planeta, a la uniformidad, a la carencia de personalidad propia del territorio donde se desenvuelve el ser humano, reducido al término de simple consumidor.
Referirse a las cadenas hoteleras tipo “todo incluido” es precisamente propio del “no lugar” y contrario a la “lugarización”. Sin descartar que puedan existir excepciones a la regla, lo común de esta modalidad de hotelería turística es que un hotel aprovecha los atractivos de un lugar sin que establezca verdaderas conexiones con el mismo, ni siquiera a nivel de cadenas productivas, convirtiéndose en “enclaves”, es decir una entidad extraña al lugar.
Cuando el ciudadano no encuentra espacios públicos de calidad, alternativas de turismo y recreación atractivos, o edificaciones adaptadas a las condiciones locales, generalmente encuentran en estos no-lugares su única alternativa. Quizás un camino inteligente a explorar en la “lugarización de los no lugares”, es decir aprovechar las ventajas de ciertas economías de escala, de gerencia efectiva, de mercadeo entre otras, pero adaptando estas iniciativas a la diversidad de cada lugar. Entonces dejarían de ser “no lugares”.
El lugar como síntesis superior
de los procesos geo-históricos.
El lugar es una síntesis superior de los procesos geo-históricos que se dan en un territorio, resultado de la interacción de los seres humanos entre sí, entre ellos, la naturaleza y en un transcurso de tiempo dilatado, que le determinan un carácter particular y específico, es decir, una identidad.
Esta síntesis no se produce de manera autárquica, pues recibe múltiples influencias que provienen de fuera del lugar, consecuencia de migraciones, influencias culturales, presencia de personas innovadoras y creativas, incorporación de elementos nuevos por organizaciones políticas, empresariales, religiosas y de otro tipo. También, por influencia determinante de planes, proyectos oficiales o privados.
La naturaleza también cambia, sea por procesos locales, regionales o planetarios, modificando el relieve, el clima, la vegetación y en general el ambiente natural predominante.
Es importante puntualizar algunas tipologías de los lugares dadas las diferencias de complejidad. Un lugar es necesariamente un sistema, es decir, un conjunto de elementos interrelacionados, con una base territorial específica y una población identificada entre sí, con el territorio. Ahora bien, existirán lugares cuyo sistema en muy complejo, variado y diverso, como por ejemplo un barrio residencial en una gran ciudad, o un complejo de edificios. En cambio un lugar rural, pequeño, de poco dinamismo tendrá un sistema mucho más sencillo.
Es más, en una gran metrópoli pudieran coexistir lugares de una enorme complejidad como una torre residencial por ejemplo, con lugares sencillos como una pequeña urbanización cerrada. Este tipo de lugares acogedores en medio de la vida difícil de una gran ciudad se están expandiendo, pues ofrecen en espacios urbanos de gran tamaño las ventajas de contar con una zona para la vida cotidiana más íntima, que todos conocen, donde todos se conocen, donde son capaces de hacer vida comunitaria.
Nunca, como hasta ahora, los lugares habían estado sometidos a tantas influencias de factores externos, profundos y extensos. La globalización introduce con una fuerza inusitada procesos que afectan gravemente la personalidad del lugar, adquirida luego de una larga evolución. Son costumbres, modos, tecnologías, construcciones y muchas otras circunstancias que desdibuja la identidad lugareña, extendiendo la no identidad de los no-lugares o introduciendo valores novedosos que contribuyen a revalorizar el lugar.
Cuando los nuevos valores son negativos, se trata de una globalización destructiva de mucho de aquello que costó años o siglos de maduración entre el hombre y su espacio territorial, conformando una realidad particular y única, para introducir elementos generales, comunes a toda la tierra, uniformizándola, despersonalizándola, quitándole lo propio y singular.
Los lugares con frecuencia no se rebelan y absorben las novedades de manera acrítica, sin mayores reacciones que la aceptación a unas maneras que consideran normales, cómodas, naturales. Entonces los lugares desaparecen y en vez de aquellos espacios llenos de particularidades, todos distintos, van surgiendo en cadena las mismas casas, los mismos edificios, los mismos supermercados, las mismas comidas, las mismas costumbres… todo igual en un mundo monótono y aburrido.
Otros lugares, en cambio, se dan cuenta de estos peligros, toman conciencia, reaccionan y ponen en marcha programas de preservación de los lugares, de rescate de espacios o construcciones simbólicas, de gastronomías particulares, de expresiones culturales, monumentos, etc. A las enormes fuerzas que provienen de la globalización oponen las de la lugarización, que buscan prevenir la destrucción de lo propio, pero aprovechar las indudables ventajas de la sociedad de la información y del conocimiento. Los avances tecnológicos que hacen más llevadera la vida, pero sin perder los lazos de afecto por su territorio, por su espacio vital.
Los procesos geo-históricos que modelan los lugares encuentran en la globalización enormes desafíos, que pueden traducirse en una pérdida de identidad y pasar a ser especies de no-lugares, o encontrar en ella las oportunidades de afianzar sus particularidades pero introduciendo los elementos de la modernidad que mejoran la calidad de vida, e incluso mejoran la calidad del entorno natural y lo enriquecen. Todo depende del dinamismo del lugar y de la calidad de su liderazgo.
Como diría José Antonio Marina (2004) habrían lugares estúpidos y lugares inteligentes. De hecho buena parte de las modernas teorías del desarrollo local parten justamente de la naturaleza del lugar, del territorio y de su gente, entendiendo que la extensión de la homogeneización planetaria no es conveniente a los fines de todo lo que mueve el espíritu humano. Que la identidad es una necesidad axiológica como la subsistencia, la seguridad o el entendimiento.
El desarrollo del lugar
La nueva naturaleza de los lugares tiene por consecuencia lógica una nueva naturaleza de los procesos de desarrollo local. Ya la planificación tradicional limitada a la promoción de la economía, a la ordenación territorial y a la consideración de otros aspectos sectoriales no basta. Se presentan entonces nuevos e inusitados desafíos.
Así como la palabra globalización define un complejo proceso de cambios planetarios que afectan de diversas maneras a todo el mundo, así la palabra lugarización define el conjunto de cambios complejos que afectan un lugar determinado, como consecuencia de esas transformaciones planetarias.
En tiempos pasados este sitio íntimo, el lugar, tenía que ser abandonado por las personas que tenían deseos de prosperar si no coincidía con esos pocos espacios territoriales que concentraban el acceso a las oportunidades. Y la gente tenía que vivir en un nuevo sitio y desarrollar allí nuevos vínculos, nuevas relaciones, pero nunca se abandonaba del todo aquella querencia de origen. Se volvía a la tierra natal o se reproducían los recuerdos de alguna manera en los nuevos lugares, con el estilo de las construcciones, el nombre de los establecimientos o en la nomenclatura urbana, en los clubes de paisanos, en las mil distintas expresiones de la nostalgia.
Pero ahora todo comienza a cambiar. Los avances que la ciencia y la tecnología ponen a disposición del hombre para relacionarse a escala planetaria están modificando la geografía humana, en particular la de los asentamientos humanos y la de las posibilidades de desarrollo humano de la gente en su propio lugar. La hegemonía de determinados sitios de concentrar la información y las oportunidades se está acabando y la sociedad del conocimiento se extiende.
Si ahora la gente tiene posibilidades de acceso desde su lugar, este tiene un nuevo valor. Ya las personas no están estructuralmente bloqueadas si no viven en un lugar que no sean aquellos pocos privilegiados por los procesos de concentración previos a la revolución tecnológica. Ahora pueden relacionarse desde cualquier parte. Entonces la calidad de la vida local tiene una nueva e inusitada dimensión. La gente tiene derecho no solo a una aceptable calidad de vida local, sino que esta le dé la posibilidad de acceso a lo global. Ya no cuenta que la localidad le ofrezca solamente aceptables servicios públicos y alguna que otra ventaja. Ahora cuenta mucho que la localidad garantice a la gente, además, posibilidades reales de competitividad a escala planetaria.
La competitividad global de una localidad no solo significa muy buenas posibilidades de acceso a la información y a las telecomunicaciones – conectividad– sino también una excelente educación, servicios de salud eficientes, seguridad personal e institucional, espacios públicos de calidad, buena vialidad, servicios domiciliarios eficaces y, en general, elevada calidad de vida.
La competitividad local tiene mucho que ver con la calidad de la gestión pública, tanto provincial como municipal. También, con la calidad de las redes organizacionales de la comunidad cívica, o sociedad civil. Por ello, la descentralización y el federalismo tienen ahora una nueva e importante connotación.
Las consideraciones relativas a la “lugarización” tienen varias consecuencias, tanto en el orden social, político–administrativo, económico y entre otros órdenes. La gente se convence que su calidad de vida, su prosperidad, dependen fundamentalmente de su propio esfuerzo, entonces, se organiza para hacer las cosas que considera necesario. No espera que las autoridades resuelvan los problemas. La gente toma conciencia, se organiza y actúa. Es la vuelta a la comunidad, a la sociedad pluralista. Ya lo afirmaba el líder sudafricano Nelson Mandela (1996) “las comunidades están tratando de encontrar nuevas formas de conducir la política”.
Por su parte, el gobierno también toma conciencia de esta realidad, se convence que desde estructuras altamente burocratizadas, centralistas, lentas y costosas, nada puede hacer en un mundo que demanda soluciones rápidas y localizadas. Los grandes sistemas públicos empiezan, a veces a su pesar, a descentralizarse, a introducir criterios de administración más ágiles y creativos, que toman en cuenta a la demanda real y sentida de la gente.
Son entonces los entes territoriales menores los apropiados para estas nuevas exigencias que se le hacen a la administración pública. Ya no es desde el gobierno central desde donde es posible adelantar las respuestas adecuadas. Es desde los gobiernos provinciales y locales. Desde las propias comunidades organizadas.
Para Borja (2003) las consecuencias más importantes de este proceso en el orden político son:
a) el reforzamiento del rol del Estado como orientador del proceso de desarrollo humano;
b) la vuelta desde el Estado hacia la sociedad civil y a la participación;
c) el pase desde las estructuras centrales hacia la descentralización de la administración de los servicios según el principio de subsidiariedad;
d) la revalorización política de los espacios locales;
e) el reforzamiento de la convivencia democrática y
f) la renovación de la vida urbana y una re-conceptualización de las ciudades.
El nuevo lugar, bajo esta nueva perspectiva, podrá ser, junto con sus conexiones globales, un espacio como lo podría decir Margaret J. Wheatley: lugares para pensar y reflexionar; lugares para las relaciones: lugares para desarrollar confianza y compromiso (2001).
En el orden económico, la lugarización se traduce en un incremento de la competitividad local, como consecuencia de la revitalización de los procesos productivos locales para los cuales el conocimiento, la ciencia y la tecnología entregan herramientas poderosas.
Los sistemas productivos locales, vistos desde la perspectiva de la lugarización, representan una alternativa poderosa frente al modelo trasnacional. Quizás una expresión acertada es el “desarrollo endógeno”. Como plantea Pereira, Roberto (2003): “sin contrariar la naturaleza exógena del crecimiento, las regiones y comunidades locales pueden complementar, endógenamente, esa tendencia” (p.__). En efecto, los planteamientos en torno al desarrollo endógeno, en gran medida, parten del reconocimiento de estas nuevas realidades locales, de esta nueva naturaleza del lugar, de las nuevas e inusitadas posibilidades que se le abren a las localidades como consecuencia de la revolución del conocimiento y, en particular, de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.
El tema de las relaciones internacionales no escapa a esta nueva realidad de la lugarización. Ahora es posible una nueva naturaleza de las alianzas internacionales, que hacen posible las conexiones globales de comunidades locales. Son las redes internacionales para cruzar anhelos, sueños, conocimientos, experiencias, que permitan un mayor y mejor aprendizaje, también el establecimiento de relaciones económicas complementarias.
No escapa a estas consideraciones sobre la lugarización, otros planteamientos relacionados con las tesis de Maturana, Humberto (1997) sobre la convivencialidad y la democracia; los temas desarrollados por Frijof Capra (2003) en relación a los nuevos paradigmas científicos y sus consecuencias en la trama de la vida, en el establecimiento de conexiones para un modelo de desarrollo más respetuoso de la persona humana y de la naturaleza; las consideraciones sobre capital social de Kliksberg (2004) y Putnam (1994) junto a muchos otros aportes.
No parece, necesariamente contradictoria, la idea de conciliar las ventajas de las nuevas tecnologías y sus con secuencias globalizadoras, con la existencia de lugares singulares llenos de personalidad. Una cultura planetaria conviviendo con muchas y variadas culturas locales. De hecho, los países más desarrollados son justamente los mejores ejemplos de esta convivencia. Allí se cultivan con esmero las tradiciones locales, sus sociedades son vanguardia en el uso de las modernas tecnologías.
Cualquier lugar del mundo puede desarrollar un proceso de lugarización exitoso, pero indudablemente tendrá ventaja los que tengan algunas de las siguientes condiciones:
a) Conciencia del lugar presente, sus potencialidades, sus debilidades, las oportunidades que puede aprovechar, el rol que puede jugar.
b) Conciencia de las raíces de su identidad, su historia, su marco geográfico, su cultura.
c) Definiciones sobre el lugar futuro, es decir sobre el proyecto colectivo que desean construir.
Estas condiciones tienen mucho que ver con lo que Roberth Putnam definía como “capital social”, es decir comunidades con una gran cultura cívica, densas redes sociales, alta calidad de la vida pública, muchas y buenas organizaciones civiles, gobiernos locales eficientes, con capacidad de planificación y evaluación, economía próspera, diversificada, clima de confianza con otras relacionadas a la calidad de la vida social y productiva.
Hay que agregar a estas reflexiones las nuevas condiciones impuestas por la globalización, referidas a la conectividad, densidad tecnológica, competitividad global, capacidad de innovación y espíritu emprendedor, entre otras.
A.- Cuatro dimensiones
del desarrollo humano sustentable
Interesa destacar cuatro dimensiones del desarrollo humano sustentable en referencia o conexión con lo local: 1) la sustentabilidad propiamente dicha, 2) la economía social o economía solidaria, 3) el tema del capital social y 4) la innovación tecnológica.
1. La sustentabilidad: Un concepto que se ha hecho clásico es el de la ONU (1984), que la presenta como “La capacidad de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades”. Se define como un proceso de desarrollo en la que se busca el bienestar humano sin dañar el equilibrio del ambiente, ni comprometer el potencial de los recursos naturales, pero también incorpora la dimensión cultural, en el sentido de preservar la identidad de las comunidades.
En el fondo, el tema de la sustentabilidad tiene su fundamento en la nueva ética que surge de los nuevos paradigmas científicos, que ven en la complejidad y en los sistemas complejos una trama de relaciones de múltiples causas y consecuencias. De allí, surge la necesidad de nuevas e inusuales relaciones de orden cultural entre el hombre y la naturaleza, entre los entes sociales con los naturales, que posibilitan la emergencia de nuevos valores, rescate de valores ancestrales, nuevos saberes y rescate igualmente de antiguos conocimientos que se creían olvidados o caducos, en fin, una nueva cultura que crea nuevos hábitos del hombre y la sociedad frente a la naturaleza, frente a la propia sociedad.
En las localidades es donde esta relación hombre–naturaleza se expresa de manera más directa, donde los comportamientos de la gente se muestran en toda su expresión. Toda acción directa de las prácticas de sustentabilidad es localizada, es decir, su existencia se establece en un territorio bien delimitado, en un tiempo determinado y por unos agentes conocidos e identificados. Las acciones genéricas o las meras declaraciones casi no tienen vigencia en el ámbito local, pues ese es el territorio del accionar, sin dejar de ser reflexivo.
2. La economía social o economía de solidaridad es una búsqueda teórica y práctica de formas alternativas de hacer economía, basadas en la solidaridad y el trabajo. Su fundamento está en la constatación de que mayores niveles de cooperación en las actividades, organizaciones e instituciones económicas, tanto a nivel de las empresas como en los mercados y en las políticas públicas, incrementa la eficiencia micro y macroeconómica. La economía solidaria busca la incorporación de estilos de gerencia basados en el respeto a las personas, donde el valor principal no es el capital sino la cooperación, la solidaridad.
La ética de la economía social de respeto a la persona humana incluye el respeto al ambiente, a los valores comunitarios, a la identidad de los lugares y a otros asuntos que tienen que ver con ese estilo de desarrollo inmerso en las relaciones complejas y sus connotaciones.
Privilegia el concepto sistemas de propiedad asociativa como cooperativas, sociedades laborales, cajas de ahorro, mutuales, las empresas familiares, las micro-empresas, la pequeña y mediana empresa, sin descartar la gran empresa capitalista pero con altos componentes de responsabilidad social.
En los espacios locales tiene vida la economía social. Las grandes corporaciones se comportan generalmente como “enclaves” en los lugares, es decir, agentes extraños e irreconocibles localmente. En cambio, las otras expresiones de propiedad empresarial conforman un tramado de relaciones con los agentes locales, pues forman parte de ellos, son ellos mismos, entonces conforman una sola totalidad con el lugar.
3. El capital social es un concepto amplio que sostiene que para lograr altos niveles de desarrollo humano en una comunidad es importante que esta goce de un buen clima de confianza entre sus integrantes, además de la capacidad o liderazgo específico de un grupo o conglomerado social para aprovechar los valores y recursos favorables al desarrollo. Por otra parte, la presencia en una sociedad de las redes, junto con agrupaciones que facilitan las relaciones fundamentadas en la asociatividad, la solidaridad y la conciencia cívica. El capital social incluye las organizaciones e instituciones, la ética, la libertad, la democracia, la calidad de la educación, el Estado de Derecho y muchas otras dimensiones de carácter cualitativo.
Un lugar de denso capital social, donde exista confianza entre sus lugareños, donde las redes de asociatividad sean ricas y diversas, la solidaridad se exprese de variadas maneras, donde sea alta la transparencia de los gobernantes, de las entidades del gobierno local, será un lugar donde se produce un circulo virtuoso que conduce por los caminos del desarrollo humano.
Un lugar pobre en redes, sin solidaridad entre sus ciudadanos, con gobernantes corrompidos, sin confianza, con delincuencia y otros indicadores de déficit de capital social, pues será un lugar donde el círculo vicioso de la pobreza lleva al fracaso, a la desesperanza.
4. La innovación lugarizada. La densidad científico–tecnológica, el potencial innovador y el espíritu de emprendimiento de un lugar son aceleradores del desarrollo humano sustentable. Una localidad que estudie su realidad, sea consciente de las potencialidades que tiene, pero también de sus debilidades, que realice innovaciones sobre sus procesos productivos, que despliegue el potencial emprendedor para darle valor agregado a los bienes y servicios que produce, es una localidad que avanza hacia mejores niveles de vida.
Las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones son igualmente instrumentos muy eficaces para promover el desarrollo local. Un lugar puede poner en Internet información valiosa para los potenciales inversionistas, propios del lugar o que vengan de afuera. Puede contar con portales muy interactivos del gobierno local, de las empresas, de las organizaciones gremiales y no-gubernamentales, con el fin de facilitar los trámites para crear nuevas empresas o mejorar las existentes, para ofrecer sus productos y venderlos, para intercambiar información, enterarse de las experiencias exitosas, compartir las propias, en fin, todo el potencial de estas tecnologías de la información, aplicadas con una estrategia clara de desarrollo local.
La propuesta no es otra que la creación y fomento de un sistema local de innovación, que genere un entorno altamente colaborativo para la creatividad, la innovación y el emprendimiento. Es una red donde entran el gobierno, las universidades, las empresas, las cooperativas, las entidades financieras, los gremios profesionales y sindicales, las organizaciones no-gubernamentales, aunado a todas aquellas instituciones que pueda contribuir al desarrollo de la competitividad local, a la creación de ese clima particular que favorece el desarrollo humano sustentable.
B.- El tamaño del lugar y su régimen político-administrativo.
Si el lugar es una unidad geohistórica, con identidad y sentido de pertenencia de sus “lugareños”, es un territorio espléndido que sirve para el ejercicio del poder local. La iglesia católica así lo entendió cuando desde los primeros tiempos creó la parroquia, término que “procede del latín parochia, o del griego paroikia, que significa avecindamiento; paroikos equivale a vecino y paroikein a residir. Por consiguiente forman la parroquia los que “viven junto a” o “habitan en vecindad”. La parroquia eclesiástica está bajo el gobierno de una “párroco” que a su vez depende de un Obispo que ejerce el gobierno de la Diócesis o conjunto de parroquias cercanas. (Portal de la Arquidiócesis de San Luis Potosí).
De manera que el ámbito territorial de un lugar está básicamente definido por las relaciones estrechas entre sus habitantes, por el sentido de identidad que los singulariza, por los lazos de vecindad que les da coherencia a sus pobladores. La gente se “siente” de ese lugar, lo conoce, identifica a sus residentes. En consecuencia, es un territorio relativamente pequeño, cercano, inmediato. Generalmente, tiene un “centro” alrededor del cual gravita la vida lugareña. Ese centro puede ser un pueblo o una pequeña ciudad, o una plaza alrededor de la cual están los poderes públicos, el templo, el mercado y algunos sitios de esparcimiento, un espacio público.
En términos político-territoriales la entidad apropiada para el gobierno del lugar es el Municipio, entendido en su acepción sociológica como una agrupación de familias situadas en un mismo territorio, para satisfacción de las necesidades originadas por las relaciones de vecindad. Fortunato González Cruz (1999) en su libro “Un Nuevo Municipio para Venezuela” tiene un valioso contenido relativo a los entes político-territoriales de gobierno local desde la antigüedad y desde los remotos tiempos prehispánicos, para demostrar como el Municipio o su equivalente es la forma de gobierno natural para las entidades locales o para los lugares.
Afirma el autor que “es al gobierno local a quien corresponde en primer término atender los asuntos que afectan e interesan directa y personalmente a la gente en la realización de su vida cotidiana porque es el que está más cerca, el que tiene al alcance de la mano, el que está en condiciones de conocer en forma personal y de relacionarse con sus actores sin intermediarios. Esta cercanía del gobierno municipal define varias de sus características: su heterogeneidad porque debe adaptarse a la realidad social sobre la cual se asienta; su tamaño relativamente pequeño referido a un territorio, a una ciudad o a un espacio intercitadino; que agrupa a un número de personas más o menos modesto. También define la naturaleza de los cometidos que debe atender y los servicios que debe prestar”.
Es a ese Municipio “sociológico” que se le da forma jurídica, creando el Municipio como entidad político- administrativa con los tres poderes tradicionales: el ejecutivo con la Alcaldía, el legislativo con el Concejo o Ayuntamiento o Cabildo y el judicial con los tribunales locales y la justicia de paz.
El profesor José Luis Villegas (2010), municipalista de dilatada obra, afirma: “Los Municipios constituyen una sociedad natural, formada por cuerpos vivos, anteriores a la voluntad del Estado, cuya existencia se reconoce en nuestros días como una institución política de participación popular, democrática y autónoma” .
El destacado constitucionalista Dr. Allan Brewer-Carías (2004) plantea la necesidad de la “municipalización de los territorios de nuestros países, para que toda comunidad rural, todo caserío, todo pueblo, todo barrio urbano tenga su autoridad local, como comunidad política”. Basa esta argumentación en el hecho que “la participación política como democracia de inclusión en la cual el ciudadano puede tomar parte personalmente en un proceso decisorio, interviniendo en actividades estatales y en función del interés general, sólo puede tener lugar efectivamente en los estamentos territoriales más reducidos, en el nivel local, comunal o municipal”.
Así lo entendieron diversos países que presentan un rico tejido municipal con territorios pequeños, una población de tamaño modesto y que atienden los asuntos propios de la vida local. Como lo recoge Brewer-Carías en el trabajo citado “la mayoría de los llamados países desarrollados democráticos predomina la existencia de muchos Municipios, entre ellos, de Municipios pequeños: en Alemania, por ejemplo, de sus 16.098 Municipios, un 76% tiene menos de 5.000 habitantes; en España, alrededor del 86% de sus más de 8.056 Municipios, tienen menos de 5.000 habitantes, agrupando sólo el 16% de la población, y el 61% tiene menos de 1.000 habitantes. Incluso se puede destacar el caso de la Comunidad de Castilla y León, que alberga algo más de un cuarto del total de los Municipios de España, con 2.248 Municipios para 2,484.603 habitantes, de los cuales el 68,5 %, es decir, 1.540 Municipios tienen menos de 500 habitantes” (p.12); agrega “El Municipio latinoamericano contemporáneo, al contrario, está en el otro extremo y en general ha adquirido un ámbito territorial tan alto y extraño al ciudadano, que hace que no sirva ni para gerenciar adecuadamente los intereses locales ni para configurarse en instancia de participación política de la ciudadanía en la decisión o gestión de sus propios asuntos comunales”. Por eso insiste en la creación de muchos Municipios, tanto como comunidades naturales tenga un país.
C.- El gobierno del lugar.
El gobierno municipal lugarizado debe responder a las características propias de la localidad particular, por ello, debe tener una clara identidad con la cultura a la que sirve. Si es urbana, rural, comercial, industrial o de servicios, agrícola o pecuaria, con vocación turística de determinado tipo (playa, montaña, religiosa, gastronómica, turismo de salud, etc.), localidad universitaria, o portuaria, o deportiva, o cruce de caminos, de parques tecnológicos; en fin, las infinitas posibilidades que existen. La uniformidad de los regímenes municipales no contribuye al desarrollo humano local.
Es una administración municipal que debe parecerse al territorio que gobierna y a su gente. Que valora la identidad y la promueve. Que promueve la sustentabilidad, que estimula a los sectores productivos propios, que generan empleo local, que favorece la calidad de la ciudadanía y sus organizaciones, alienta la cultura vernácula, irradia los valores del lugar, comprometida con el bienestar de todos.
El tema de las competencias municipales es fundamental y el principio que debe guiar esta materia es el de la subsidiariedad, claramente expresado por el Papa Pío XI (1931 )en la Encíclica Quadragesimoanno, en los siguientes términos: “No se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad, lo que ellos pueden realizar por sus propias cualidades y esfuerzo. Es gravemente injusto y perturbador del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos”.
Conforme a este principio, el Municipio debe ejercer todas las competencias propias de la vida local, incluyendo la promoción de su desarrollo humano integral. Lógicamente articulado al orden superior llámese provincia, estado o departamento y al poder nacional. En esas instancias debe el Municipio participar cuando de decisiones que lo afecten se trate.
La adaptación a la localidad incluye el tamaño de la organización municipal y el volumen de su burocracia, que en términos generales debería ser financiada con los propios recursos que recaude y algunas trasferencias de carácter nacional. En general se trata de una estructura modesta, sostenible, plana y accesible a la gente.
El poder ejecutivo local es ejercido por el Alcalde, quien debe contar con una estructura adecuada y dotada con un funcionariado profesional, bien pagado, pues se trata de la administración de las competencias propias de la localidad en temas como urbanismo, servicios públicos y hacienda.
El Concejo como poder legislativo, en cambio, debería ser ejercido por una representación de los ciudadanos con carácter absolutamente “ad honorem”, que se reúne para discutir, aprobar ordenanzas, controlar a la Alcaldía, trazar políticas y estrategias.
El poder judicial local lo ejercen la justicia de paz, los tribunales locales de policía y tránsito, diversos mecanismos para mejorar el acceso a la justicia como las “clínicas jurídicas”, las ONG’s de derechos humanos, la educación ciudadana y otras formas de acercar la administración de justicia al ciudadano.
En conclusión, el lugar es el espacio donde mejor pueden concretarse las iniciativas para el desarrollo humano sustentable y la lugarización es el proceso mediante el cual el lugar se afirma en su identidad pero se inserta adecuadamente en lo global.La gestión local del desarrollo humano se debe hacer desde el Municipio que es la entidad político – territorial autónoma por excelencia para la gestión pública del lugar.
Lugarización, descentralización y federalismo
Los procesos de globalización y de lugarización tienen enormes consecuencias en las formas de administración de los asuntos públicos, también de los asuntos privados. Ya las organizaciones centralizadas, verticales, autoritarias, enormes y pesadas no responden con eficacia a los desafíos de las nuevas realidades.
Para poder ser exitosas, las organizaciones están cambiando rápidamente en varias direcciones. Por ejemplo, ahora toma mucha importancia la capacitación, la participación de la gente, la desconcentración de funciones y la descentralización de competencias. Muchas organizaciones tienden a ser descentralizadas, horizontales, democráticas y ágiles.
En referencia a los asuntos político-territoriales, también adquiere mayor importancia el gobierno local y provincial, tanto como la comunidad cívica, pues son sustantivos para los procesos de lugarización, toca a estas organizaciones liderizar el crecimiento de la calidad de la vida local y su adecuada inserción en lo global.
Ya no es tan importante a estos efectos la presencia de los gobiernos nacionales, generalmente pesados, lentos y remotos, desconectados con las múltiples realidades locales. A esas estructuras corresponden las grandes políticas que orientan la vida de toda la Nación y la administración de las competencias propias de los gobiernos centrales. La mayoría de los asuntos públicos atinentes al ciudadano, a la familia, a las organizaciones civiles y a las empresas, se atienden desde los gobiernos provinciales y locales.
La rapidez y la profundidad de los cambios, las expectativas de la gente, las necesidades de una alta interconexión en el ámbito planetario exigen de las organizaciones respuestas rápidas y eficientes que los aparatos centralizados no están en capacidad de ofrecer. La eficiencia en las decisiones demanda que estas se sitúen cerca de donde se ejecutan, por ello, la descentralización y el federalismo ganan espacio rápidamente.
La centralización es una forma de administrar cuando no se confía en los niveles menores, cuando se quiere desestimular la participación, para imponer un “orden” establecido por la alta jerarquía, para homogeneizar un colectivo o, como afirmaba Alexis de Toqueville (1835) en su afamado libro La Democracia en América: “para impedir, no para hacer”. La centralización limita la creatividad, la agilidad, la transparencia, el pluralismo, la diversidad y la democracia. El centralismo desprecia la capacidad de las comunidades para gobernarse. El centralismo tiende al autoritarismo y a la homogeneidad.
Además, la concentración en la alta jerarquía de procesos que perfectamente se pueden ejecutar en los niveles más bajos, congestiona con asuntos que no le son propios a la dirección superior, distrayéndola de los asuntos estratégicos y políticos generales, que sí lo son.
La descentralización es la administración de la mayoría de los asuntos desde los entes territoriales autónomos provinciales y locales. Es hacer de estos niveles políticos entes autónomos poderosos, eficaces y eficientes para que atiendan a la mayoría de los servicios que requiere la gente para vivir bien y para prosperar. Es hacer de estos territorios subnacionales los instrumentos eficaces para promover el desarrollo humano sustentable.
La descentralización no es sólo la transferencia de determinados niveles de decisión a la base de la pirámide de mando. No. La descentralización es transferencia de poder. Es el desprendimiento de determinados asuntos sustantivos de los niveles superiores o nacionales y traspasarlos hacia los niveles inferiores o locales, con todas las condiciones para que puedan ejercer con eficacia esos asuntos.
Descentralización es trasladar competencias desde el poder nacional hacia los poderes locales, con todos los atributos necesarios para que estos niveles locales puedan ser eficaces en el ejercicio de esos asuntos, es decir con autoridad, con buenas bases legales, con capacitación, con entrenamiento, con financiamiento y con confianza.
Descentralización es la dotación de los entes político territoriales intermedios y menores de capacidad real para atender los asuntos que le son propios en estas nuevas realidades. Que las provincias y los Municipios cuenten con la gente capaz, los recursos financieros suficientes, las estructuras organizativas adecuadas, flexibles, los marcos para la negociación intergubernamental ágiles, en general, el poder suficiente para que en un clima de autonomía, ejerzan plenamente su ejercicio en el marco normativo nacional
Antes de la actual revolución del conocimiento era aun cuando es necesario reconocer que aquellas naciones que experimentaron la descentralización desde temprano, también lograron mejores niveles de desarrollo. Pero ahora es imperativa. Las empresas y los gobiernos se descentralizan, adoptan mecanismos federales de administración, delegan poder a los estratos que están en la ancha base de la organización e incluso transfieren a otros entes diversos asuntos que no les son sustantivos, porque de otra manera pierden competitividad y eficiencia.
El principio de subsidiariedad.
Es un principio que proviene de la Doctrina Social de la Iglesia católica, que recomienda que todo asunto debe resolverse por la entidad más cercana a los interesados, sean personas, organizaciones o territorios. Reconoce en consecuencia la autonomía y la libertad desde la base de la sociedad.
La lugarización tiene en este principio la base filosófica fundamental para la acción.En un sistema de gobierno que promueva un auténtico desarrollo local, el poder central no debe ocuparse de los asuntos que puedan ser atendidos en los estados y los Municipios, o por la comunidad cívica. El principio de subsidiaridad establece que todo aquello que pueda ser hecho por un ente inferior, no lo debe hacer uno superior y, en caso de dificultades, el ente superior puede cooperar, pero siempre procurando que el ente inferior desarrolle sus competencias naturales.
Este principio involucra también que el Estado tiene unos límites y si la sociedad o el individuo pueden ocuparse de un asunto, no tiene por qué hacerlo el sector público. El poder nacional, los poderes regionales y locales deben promover el fortalecimiento de toda la trama social, las organizaciones intermedias, las empresas, las comunidades organizadas, toda suerte de asociaciones y redes que desarrollen la comunidad cívica.
El término federal se refiere a la existencia de entes políticos territoriales intermedios autónomos, como las provincias, estados o departamentos y Municipios, con alto grado de autonomía. En las empresas significa que una empresa organiza sus actividades en la forma de negocios autónomos, con su propio mercado y su propio producto, así como su propia responsabilidad por las ganancias y las pérdidas (Drucker, 1999).
De esta manera, los países y las organizaciones modernas se adaptan a las nuevas realidades, confían en las comunidades provinciales y locales más y más competencias, descargando a las autoridades centrales de muchos asuntos, concentrándose en el monitoreo de las grandes estrategias, en la evaluación de los resultados.
También, los gobiernos transfieren más y más asuntos a entes no gubernamentales, empresas u organizaciones civiles confiando en la comunidad cívica la ejecución de obras y la prestación de servicios antes reservados al sector público. Las empresas transfieren a otros el desempeño de muchas tareas que no forman parte sustantiva de sus objetos, concentrándose en lo que le es propio.
Toda esta revolución en la manera de administrar los asuntos tiene una dirección: reforzar a lo local y a las organizaciones locales. Aprovechar las ventajas que tienen las organizaciones pequeñas, ágiles, eficientes, pero conectadas a lo global de una manera muy eficaz.
Esta es una nueva realidad en plena expansión. Las localidades, sus organizaciones, sus ciudadanos, tendrán cada día más y más asuntos de que ocuparse, las posibilidades de influir en sus propios asuntos, en los de la Nación y del planeta crecerán en la medida que sean competitivos, eficientes, que estén preparados adecuadamente. Por ello, el lugar se hace importante.
En la revolución del conocimiento y de las nuevas tecnologías de las comunicaciones, el hombre se hace planetario desde su lugar. Toca entonces a los lugares una nueva e importante responsabilidad: ofrecer a sus habitantes un espacio muy agradable, eficiente para vivir.
La globalización se expresa fundamentalmente en flujos de información, de bienes y servicios, en cambio, la lugarización se expresa en la calidad de la vida local y su competitividad global. Lo local es el ámbito de gestión de lo global, de allí, la nueva importancia estratégica del lugar, de la ciudad.
Los nuevos desafíos de la gestión urbana
En este contexto, la expresión más acabada del lugar es la ciudad o espacios concretos a su interior; por ello, la gestión urbana cobra una categoría particular. Ya no basta que la ciudad cumpla cabalmente sus funciones tradicionales y ofrezca “los asuntos propios de la vida local”. Ahora todo lo que hacía normalmente debe hacerlo mejor, con calidad mundial.
En estas nuevas realidades, si la ciudad quiere insertarse con eficacia en el orden emergente, debe plantearse nuevos e inusitados desafíos que combinan el rescate de sus tradiciones y demás elementos de su cultura, con la prestación de calidad de los servicios urbanos y con la administración eficiente de los servicios emergentes donde entran los temas de conectividad, innovación, emprendimiento, junto a las demás funciones y servicios que surgen. La lugarización en consecuencia es uno de los más importantes asuntos de los cuales tiene que ocuparse el Municipio.
Esta nueva naturaleza de las ciudades no se puede abordar sin unos amplios consensos, que solo pueden emerger de extensos y generalizados diálogos con los diferentes actores de la ciudad, para dibujar la ciudad que se quiere.
Son muchas las alternativas que estos nuevos escenarios permiten, desde que la propia ciudad se plantee roles modestos con elevada calidad de vida sin muchas conexiones globales, hasta liderazgos mundiales audaces en determinados campos específicos, sean productivos, tecnológicos, culturales, turísticos, ambientales o de otros órdenes.
Estos desafíos exigen un proyecto de ciudad. La experiencia demuestra su utilidad. La diferencia entre una ciudad exitosa y otra fracasada reside, seguramente, en la existencia o no de un proyecto de ciudad, construido por los propios actores del lugar. No existe un caso que la casualidad haya dado lugar a una ciudad exitosa.
Un lugar exitoso solo es fruto de un sueño colectivamente soñado y construido con una gran dosis de amor por el lugar, de patriotismo cívico, de diálogo generoso, compartido, del compromiso con la realización de los sueños.
Los éxitos han obedecido a un proceso de transformación que se basa en la toma de conciencia del desafío dada la crisis que se enfrenta, las oportunidades que se ofrecen, la concertación entre los actores urbanos en torno a un proyecto de ciudad y la generación de un liderazgo local proactivo.
Es fundamental la determinación conjunta y el consenso ciudadano para que la ciudad de un salto adelante, desde todo punto de vista. El proyecto de ciudad es fundamental, si moviliza a los actores públicos y privados, si su ejecución es evaluada desde el principio. Es un proyecto de movilización ciudadana, de promoción interna y externa. Es un proyecto de autoestima ciudadana. Exige un cuestionamiento de la manera de gobernar la ciudad, de comportamiento de las organizaciones, plantea una reforma política y una nueva articulación gobierno-ciudadanía. La excusa para dar el salto adelante puede ser la propia crisis frente a la globalización, o un evento, o una fecha importante.
El gobierno local debe cambiar cualitativamente, pasar a ser promotor, líder, emprendedor, innovador, audaz, integrador de todas las energías presentes en la ciudad, un innovador democrático. Muchos de los éxitos se deben a la fuerte personalidad de los alcaldes que han asumido el liderazgo de la ciudad. A veces, el liderazgo local lo puede asumir inicialmente otros actores, pero debe estar muy bien articulado, sin la participación de la autoridad política es muy difícil avanzar, pues exige recursos cuantiosos y un fuerte liderazgo político.
Siempre estará presente el tema de la inclusión de todos los grupos sociales de la ciudad al proyecto colectivo, de tal manera, que la integración sociocultural de sus habitantes resulte en que todos se sientan pertenecientes al lugar y protagonistas del proceso de cambio. El capital social, referido a las redes asociativas, es de capital importancia para la coronación positiva de estos desafíos.
Otro tema fundamental interrelacionado con el anterior es el de la productividad, la competitividad de la ciudad y de sus empresas, pues la ciudad debe tener capacidad para crear los puestos de trabajo digno que genere ingresos adecuados a sus habitantes. La ciudad, sus habitantes, su sociedad cívica y su gobierno local, deben decidir el modelo económico a seguir, los sectores productivos a promover, los espacios que ocupar y demás temas del modelo económico asumido colectivamente.
La gestión política, su representatividad y su eficacia, es decir el gobierno local, no puede ser el mismo que era antes, generalmente burocrático, lento, representativo. Aquí los desafíos son enormes, pero alcanzables si se observan los caminos que han seguido los numerosos éxitos que se exhiben en todas partes. La mayoría de estos éxitos tienen que ver con estilos de gobiernos abiertos, positivos, transparentes, que tienen en el diálogo y en los consensos sus mejores herramientas.
Además, todo esto exige importantes procesos de innovación, de emprendimiento, entendidos estos procesos por la capacidad de la gente, de las organizaciones, del gobierno local, de encontrar nuevos caminos (o recordar algunos viejos) para afincar su identidad, eliminar los obstáculos culturales que se oponen a los cambios, encontrar nichos interesantes para insertarse en la economía global y desplegar sus energía positivas que desencadenen procesos multiplicadores del proyecto que se quiere.
La innovación urbana se refiere a la capacidad de una ciudad para generar nuevos conocimientos, nuevas actividades económicas, nuevos productos, nuevos servicios, sobre la base de su propia realidad, de sus propias ventajas, en armonía con el proyecto diseñado, reforzando su particularismo histórico, cultural y territorial.
Un asunto que es necesario apuntar aquí es que la innovación incluye los temas identitarios, es decir, lo que no debe cambiar, lo que debe permanecer y como debe ser su tratamiento; tanto en lo que se refiere a los “intangibles” locales tales como valores, costumbres, tradiciones, espiritualidad, como a espacios naturales, edificaciones, etc.
La marca territorial del lugar y la innovación lugarizada.
El afán de identidad ha dado pié, desde hace mucho tiempo, al tema de la “Denominación de Origen Protegida (DOP)”, que es un mecanismo para proteger el prestigio alcanzado por algún producto –generalmente agrícola o alimenticio– propio de un lugar y resguardar sus características.
Más adelante se ha extendido el concepto de “marca territorial” para referirse ya no la protección de un producto particular, sino del conjunto de bienes y servicios e incluso el patrimonio cultural, natural de un territorio determinado, en el cual sus habitantes han decidido desarrollar procesos de calidad. Es interesante que los procesos relacionados con este tema de la marca no solo tienen que ver con el “ser actual” del lugar sino también con el “deber ser”, es decir, con el proyecto que la comunidad quiere construir.
Así se han extendido diversos conceptos relacionados con la calidad de un producto propio de un lugar o el propio lugar como un producto: Marca de Ciudad, Territorios de Calidad Rural, Indicación Geográfica Protegida, Especialidades Tradicionales Garantizadas entre otros.
Lo que busca este mecanismo es en el fondo el desarrollo endógeno humano local con base al fortalecimiento de su identidad, mejorando su nivel de competitividad territorial, insertándose con sabiduría en la globalización.
Lugarización y valores
Finalmente, es importante anotar algunas reflexiones sobre temas axiológicos y el proceso de lugarización. J. G. Herder, citado por Berlín (1999) afirmaba que “ser humano significa ser capaz de sentirse en casa, en algún lugar”. Y ser humano en toda su significación contempla diversas dimensiones, todas ellas estrechamente entrelazadas.
En el humanismo cristiano se habla de la “persona humana” para hacer énfasis en el carácter trascendente del ser humano y en esas dimensiones que son varias, la más importante de todas es la dignidad, referida al respeto que merece la persona por el solo hecho de serlo, independientemente de sexo, raza, condición, credo y otras condiciones.
En este sentido, cualquier proyecto cultural, económico, social, político, territorial, de infraestructura o de cualquier otra naturaleza pasa por el respeto a la dignidad de la persona humana. Ningún proyecto por noble que sea puede pasar por encima de este valor, el más sagrado de todos. Y ¿en qué otro contexto territorial se puede sentir mejor el respeto a la condición humana que en el lugar?
Otra dimensión es la posibilidad de trascendencia que tiene la persona humana de ir mucho más allá de su mera condición de “animal racional” y superarla mediante el desarrollo personal y espiritual, para proyectarse a los demás, en su tiempo o en la historia futura, en el lugar o más allá de su territorio.
Para las dos dimensiones fundamentales la persona humana se agrupa en familia y en comunidad, se asocia a diversas organizaciones. Se reúne en la casa, en el trabajo, en el café o en el bar, en la plaza, conversa y mediante las conversaciones expresa lo que es, lo que siente, se va construyendo a sí mismo, va construyendo su realidad y la de los demás. Casi todo esto lo hace en su lugar.
Para que su dignidad se respete, pueda trascender y asociarse debe ser libre, como parte sustantiva de su condición humana, dotada de libre albedrío, de la posibilidad de pensar y actuar como le plazca, con la sola limitación de su propia responsabilidad con las que le imponen las normas.
Como todas las personas son distintas y tienen su propia identidad, la heterogeneidad y el pluralismo es consustantiva de la dignidad de la persona humana. El uniformismo, el monismo y el autoritarismo son contrarios al humanismo, cada lugar debe permitir que esta variedad se exprese, aún en medio de su propia identidad. Entonces, la identidad nada tiene que ver con nacionalismos y otras perversiones ideológicas que discriminan a quien sea o piense distinto.
En el lugar además, de que cada persona humana reciba y ofrezca respeto a la dignidad de cada quien, que pueda trascender, que se asocie y sea libre, debe tener oportunidades para vivir en paz, para su bienestar económico, para poseer bienes, para recibir justicia, para disfrutar la belleza y para crearla.
En fin, el lugar como el espacio íntimo vital del ser humano, debe poseer todas las cualidades para que este se realice como persona humana. Desde su lugar, desde su tiempo para el mundo y para la historia.
El espacio donde se construye la diversidad es el espacio local. El lugar. Cuando se produce esa síntesis superior que es fruto de la mutua influencia entre el hombre y su entorno, emergen los paisajes geográficos llenos de particularidades, de detalles, de características que enriquecen la imagen.
Las especificidades del territorio como la topografía, las estructuras geológicas, el micro clima, la presencia de algunos elementos naturales muy particulares, la vegetación, la fauna, junto a la cultura que despliegan los grupos humanos, o sus líderes más activos, con sus ideas, costumbres, creencias, sus sueños y van construyendo sus casas, sus caminos, sus edificaciones públicas, adaptando la naturaleza y adaptándose a ella en una dialéctica creativa e interactiva, va emergiendo un lugar particular, que no es igual a ningún otro.
Se está entonces en un lugar espléndido, excepcional y único, donde la armonía vive en el proceso de hacerse, de producirse, de crearse en una poiesis continua, permanente y fluida.
Con las nuevas posibilidades que abre la sociedad del conocimiento estos procesos se potencian, no solo aplicando la ciencia y la tecnología a nuevas formas de interacción, sino traduciendo las innovaciones globales a las realidades locales, estudiando los éxitos que en estos caminos obtienen otras localidades y también generando innovaciones propias fruto de la creatividad de los lugareños.
Así del lugar ancestral emerge el lugar innovador, en una sabia combinación de tradición y vanguardia. El lugar total. Holístico. Un solo sistema local donde armonizan la identidad que singulariza al lugar, con las innovaciones que mantienen al día el bienestar de la gente y la sustentabilidad ambiental.
La lugarización ese ese proceso autopoietico que vive un lugar para mantener su identidad e incorporarse eficazmente en lo global. Es decir un autorecrearse permanentemente manteniendo sus coherencias básicas y adaptándose sin rupturas sustantivas a la sociedad del conocimiento.
La lugarización compromete, entonces, la propia naturaleza del lugar como un cambio permanente, donde la identidad que particulariza esa determinada realidad entra en armonía con los cambios que la adaptan a la vanguardia, sin sacrificarla, antes por el contrario, reforzándola.
La lugarización es un proceso paralelo a la globalización, que determina que un lugar traduce las fuerzas de lo global a su particular manera de ser. Es una nueva síntesis creativa, innovadora, que mantiene lo esencial de un lugar y a la vez le permite entrar con éxito al mundo global.
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Este libro se termino de imprimir
en el mes de marzo de 2013, en los talleres
de Litografía Moderna c.a. Se utilizo en su
composición tipografía, Rockwell y Segoe
11 y 16 pt. Impreso en cartulina sulfato 12
y papel bond 20 gramos.
Con un tiraje de 500 ejemplares